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Mostrando entradas de mayo, 2011

It's complicated

Cuando estaba pequeña le preguntaba por qué usted no me quería. Y no es que no me quisiera, en verdad, sino que así lo percibía. Ante mi existencialismo infantil, ella siempre decía "No es que no te quiera, es que te quiere a su manera". Nunca me pareció una buena manera de querer, pero de algo a nada, supongo que era un consuelo. Por eso creo que, cuando usted refunfuña de vez en cuando "... No me quieren y tanto que las quiero yo", me dan ganas de decirle "No es que no lo quiera, lo quiero a mi manera". Pero entonces tendría que explicarle que uno cosecha lo que siembra y terminaríamos peor. Cuando estaba un poco más grande usted me decía que no era su obligación quererme pero que lo hacía porque quería y en algún nivel eso se suponía que me tenía que hacer sentir agradecida. Y más que agradecida, obligada a devolver con creces tanta "gratitud". También me dijo que todo lo que pudiera lograr era solo por y gracias a usted. Pero solo era

Prueba y error

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A todos nos gustan los zapatos . Algunos de verdad guardamos la esperanza de encontrar el par de  zapatos  perfecto con el que recorrer el resto de nuestra vida. Sin embargo, sencillamente no es tan fácil. Olvídese del cuento, los  zapatos  perfectos no llegarán a tocar a la puerta de su casa para que se los pruebe. Usted tiene que salir a buscarlos. Salga al mercado en su búsqueda. Yo soy de la opinión de que usted puede vitrinear todo lo que quiera, ver todos los  zapatos  que se le crucen por el camino. Examínelos. Mire si le gusta el color, el tamaño del tacón, el estilo en general. No le recomiendo que se pruebe todos los  zapatos , solo aquellos que usted piense en el fondo que le quedarán bien. Como el refrán dice: encuentre la horma de sus  zapatos .  El punto es que se los pruebe. Siéntalos. ¿Le aprietan? ¿Cree que puede soportar el dolor de andar con unos  zapatos  que le incomodan? Vuelva a olvidar el cuento, no sea como la hermanastra de Cenicienta, no intent

Dejémoselo al de comunicaciones

Hace dos años me gradué . Solo dos años y se siente tan distante. Nada comparable a los 25 años de graduados que acaban de cumplir mis papás, pero sí, el tiempo se ha sentido. Cuando egresé sabía que no era la misma persona que entró a la universidad recién salida del colegio. Cuando me gradué no era la misma que egresó. Y ahora que ya voy a 3/4 de la otra universidad, también siento que no soy la misma. La maestría ha cambiado tanto mi manera de ver el mundo, la realidad en la que vivo y mi profesión, que aunque a veces me pregunto qué hago ahí, en el fondo sé que llegué adonde tenía que estar. Yo lo resumo en: todas las aplicaciones para las que no sabía que la comunicación servía. Lo mismo con los lugares a los que he llegado a trabajar y las personas tan diversas que me ha tocado conocer, cuestiones para las que el pregrado nunca me preparó pero que salen en el camino. Quiero suponer que porque tienen que salir y porque me van a llevar a alguna parte. Hoy podría hablar prácticame

7 años

Hace 7 años, aquel domingo gris. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer. El teléfono que suena en horas inusuales. Ella bajando las gradas, su cara como si hubiera visto un espanto. Su llanto ahogado por la ducha. La espera, la incertidumbre, la negación, todas seguidas por los porqués. ¿Por qué? ¿Por qué alguien le haría eso? Los hechos, la realidad, el llanto. La ropa negra, la noche negra, los hombres en la funeraria llevando el ataúd. Acercarme y no reconocerlo, porque no quiero, porque esto no puede estar pasando. Uno de los días más angustiosamente largos de mi vida. No, no se me olvida, no sé si porque no puedo o porque no quiero. A veces me pregunto, cuando ya no estemos nosotros, ¿quién preservará el recuerdo de que alguna vez él existió? Ese hombre generoso y detallista, papá y abuelo de los niñitos preciosos. ¿Y cuando se me vaya olvidando a mí? Cuando ya no recuerde su rostro, su sonrisa, sus frases exactas. No, quiero aferrarme hasta del último recuerdo. Aunque siga llora

Desmadre

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Cerca del día de la madre una marca X tenía una promoción en la que regalaban no sé qué y en una revista matutina le preguntaban a los niños por qué le daban una "estrellita" a su mamá. Al estudio llamó una niña y respondió que su mamá se la merecía porque le lavaba la ropa, le hacía la comida, le ayudaba con las tareas, jugaba con ella, le contaba cuentos. La pequeña concursante, sin querer queriendo, se puede atribuir la inspiración para la entrada donde hablábamos de las mujeres multifuncionales . Si usted es lector regular, seguramente ya conoce mi pensar y sentir respecto a la maternidad ( aquí , acá y acullá ), pero la realidad es que al no tener hijos es poco lo que puedo aportar al decir que ser madre es todo un desmadre. Lo único que tengo son mis observaciones. Ser mamá cuesta. Es trabajoso. Doloroso también. Más allá del parto que es lo que nos atemoriza a algunas (gracias Discovery H&H y tu "No sabía que estaba embarazada"), hay gajes del of

Mujeres multifuncionales

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Cuando se habla de economía y género, si es que se habla de ello, se cae en la cuenta de que el comportamiento económico de hombres y mujeres es diferente debido a los roles que nos asignan socialmente . La división sexual del trabajo tiene mucho que ver en el asunto, porque el trabajo doméstico no se toma en cuenta en términos económicos. En el libro "Why she buys" encontré una anécdota de una mujer que decía necesitar una esposa. No, no era lesbiana. Trabajaba, estaba casada y tenía hijos. Quería una esposa para que se encargara de ella como asistente personal. Sí, suena misógino, pero tiene mucho de razón porque es común que las mujeres nos encarguemos también de otros. Mi intención no es hablar de las inequidades en torno al género que aún existen en el ámbito laboral y consecuentemente en la vida económica de los países. Mi postura no es económica ni de experta en tema de género (que no lo soy) ni feminista (mucho menos), solo es una simple observación de

Me reservo el derecho a diferir

¿Se imagina un mundo en el que a todos nos gustara el mismo color? Supongamos que a todos nos gustara el negro: nos vestiríamos de negro de pies a cabeza todos los días, hasta la ropa interior. ¿O que tal si a todos nos gustara el mismo sabor de sorbete? Llegaríamos a la heladería a ordenar y no habría que tomar una decisión: ni fresa ni chocolate, solo vainilla. ¿O si todos votáramos por el mismo candidato? No habría ni siquiera necesidad de hacer elecciones porque solo existiría un partido político.  Ahora imagínese que todos pensáramos igual. Conversaríamos solo para recibir del otro una reafirmación positiva de lo que ya pensamos. Probablemente no conversaríamos en absoluto; aunque claro, siempre hay quienes prefieren que su interlocutor le diga solo lo que quieren escuchar. Tampoco habría televisión por cable porque todos veríamos el mismo canal; ni equipos de fútbol porque todos apoyaríamos al mismo, bajo el supuesto de que a todos nos tendría que gustar el fútbol; no habrían va

Los golpes de la vida

¿Saben? He descubierto que soy una dadora compulsiva de consejos no solicitados. Creo que ya se los había comentado , pero la verdad es que por más que intento, siempre termino recayendo. Uno creería que eso de abstenerse de dar consejos es cosa fácil, pero la parte más difícil es entender que la otra persona tiene que descubrir por sí misma qué le conviene. Ah, eso es lo que cuesta. Dejar que el otro se dé los pencazos necesarios, esos golpes que solo la vida proporciona. Aún más cuando uno quiere que las cosas les salgan bien y cree que da consejos útiles. O en todo caso, cuando se desea a toda costa evitarles el dolor, porque aunque se aprenda de ellos, los golpes siempre duelen. Pero hay que hacerlo, hay que morderse la lengua. ¿O no? Comente y conversemos.