Silencio incómodo

Y ahí estaba, en la misma capilla donde hice mi primera comunión, frente a la Hermana que impartía la catequesis para prepararnos para tomar el pan y el vino. Y fue como un flashback: aquella tarde de 1995 en que no hallaba qué decirle al padre Julián (¿?) al momento de la confesión. Sabía que tenía pecados -a diferencia de la Menchedita Copalchines (1)-, pero no me sentía cómoda hablando con el Padre, por miedo a ser juzgada o vista "feo".

Al siguiente domingo, estaba ahí con mi uniforme y una crucita de cerámica, cuando pasó el primer momento de silencio incómodo después de la hostia: no sabía en qué tenía que ponerme a pensar a la hora de arrodillarse y cerrar los ojos. Traté de acordarme de alguna oración especial, tuve miedo de no haber puesto atención en clases y terminé pensando, irónicamente, "Dios, ¿qué hago?". Pasaron años antes de que perdiera la pena y le preguntara a mi mamá qué se suponía que tenía que pensar en ese momento, de nuevo, por el miedo a ser juzgada como una "mala cristiana". "Habla con Dios", me dijo. "Oh Dios, no sé cómo no se me ocurrió eso", pensé yo *sarcasmo*.

Hace un par de años dejé de incluir "Ir a misa" en mi lista de propósitos de año nuevo. Simplemente se me olvidó después de años de no cumplirlo. Quizá soy una de esas personas que carecen de lado espiritual o como dice Molly Flynn: Soy una católica practicante que perdió muchas prácticas. Todo se reduce a que me cuesta creer sin pensar demasiado.

Y ahí estaba, en la misma capilla en la que hice mi primera comunión hace 17 años, habiendo pasado 3 desde mi última confesión. Llegó el silencio incómodo (aún más por haber comulgado bajo presión social) y solo pude pensar "Dios, lo siento porque vine tarde a misa, por nunca haber aprendido qué tengo que decir en este momento, pero sobre todo, porque casi no hablamos".

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