Anochecer en Barcelona

Día 1. Aterricé en Barcelona un domingo de diciembre hacia el final de la tarde. Por primera vez en 27 años estaba sola en un lugar nuevo a kilómetros de distancia de mi casa. Ya en Barajas había sentido la ansiedad de la separación, el típico "¿Qué estoy haciendo?" que se te viene a la cabeza cuando todo a tu alrededor es desconocido y el "No puedo creer que al fin lo estoy haciendo" que le sigue automáticamente. Nervios y emoción al mismo tiempo.

Sin importar cuántas oportunidades para viajar se me presenten en el camino, los aeropuertos siempre me causan estrés. Esa sensación de "No hay vuelta atrás" que se anida en tu estómago desde el momento en que sales por la puerta. Así salgo del Prat, siguiendo la señalización que me lleve al Aerobus. Esperando mi turno para subir al siguiente bus, me entretengo observando a una chica con un glamouroso abrigo de piel que incendiaría los ánimos de cualquier activista de PETA.

A mí las 16 horas de vuelo y los meses de cansancio atrás se me notan, pero los tengo que dejar de lado porque tengo que aprovechar al máximo los próximos 9 días. Subo al bus y acomodo mis maletas como puedo. Voy pendiente de cada parada hasta que la luz se enciende en la Plaça Catalunya. Llegué. Ya está oscuro, hace frío allá afuera y después de varias vueltas no logro encontrar el pequeño hotelillo que reservé por internet. Es tan pequeño que no tiene rótulo y en lugar de lobby hay una relojería.

La habitación es del tamaño de una caja de fósforos. La vista es de las azoteas y chimeneas vecinas. Pero el baño está limpio, la cama es cómoda, la habitación se calienta en un santiamén y el WiFi conecta casi al instante. Me abrigo, salgo de la habitación y me dispongo a explorar con mapa en mano. El hotelillo está justo al inicio de La Rambla que se ilumina para Navidad o 'Nadal'. Cientos de personas llenan las calles con bolsas en las manos, seguramente comprando sus regalos.

Busco comida y agua. No como desde el desayuno y mi cena de la noche anterior terminó en una de esas bolsas que te dan las azafatas tratando de ser amables mientras disimulan su cara de asco. Como buena turista con un presupuesto -y con miedo de no tener suficiente efectivo en la moneda local-, todo me parece exorbitantemente caro. Voy entre las calles siguiendo las campanadas y el bullicio de la gente. Me di por vencida con el mapa y me dediqué a seguir flechas hasta que di con la Fira de Santa Llucía enfrente de la Catedral de Barcelona, justo en el Barrio Gótico.

Vista de la Catedral de Barcelona de día
Me paseó entre los puestos y sonrío con los Caganers. Si mi abuelito estuviera vivo, ese habría sido su regalo de navidad. De regreso me entretengo viendo las vitrinas de los grandes almacenes, todas decoradas para las fiestas. Vuelvo al punto donde comencé y me decido por cenar en La Cervecería. Una copa de sangría y tres montaditos son mi cena para celebrar que llegué al otro lado del mundo.

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