Regocijarse en Gaudí y su Sagrada Familia

Día 2. Las personas que me conocen podrán decirle que soy en extremo organizada. Algo así. A sabiendas de que tendría solo un día en Barcelona intenté meter todo lo que pude en el itinerario de ese lunes 16. Desafiando el jetlag, me levanté temprano y una vez ataviada de toda mi indumentaria invernal que completaba mi look de Michelín, me dirigí al comedor del hotelillo por el desayuno incluido. Era un paraíso de tortilla de patatas, croissants y paquetitos de Nutella.

En la calle apenas y hay gente para ser casi las 9 a.m. Me cruzo la plaza en búsqueda de la parada del bus turístico que me ayudará a maximizar mi tiempo en la Ciudad Condal. La ruta azul del Bus Turístic inicia su recorrido por el Passeig de Gràcia, una de las principales avenidas de Barcelona donde, a menos que sea tan despistado como yo, podrá observar el trabajo de Gaudí en la Casa Batlló y La Pedrera. El bus va buscando su camino entre edificios de apartamentos desde cuyos balcones cuelgan banderas de Cataluña y que abren paso a la parada más esperada de todo el recorrido, al menos para mí: la Sagrada Familia.

Siendo previsora, había comprado mi entrada en línea con un par de semanas de anticipación. Siempre me parecerá curioso que en Ticketmaster se pueda adquirir entradas para ver una iglesia. Llego tan a tiempo que, después de haber pasado por seguridad, resulta que aún no es mi hora de entrada. Se dan las 10 y al fin puedo entrar en medio de varios grupos de turistas asiáticos que siguen obedientemente a sus guías, como si se tratara de una excursión escolar. 

Recojo la audioguía que incluye la entrada y la voz del narrador empieza a susurrarme al oído todo un recital de datos que debería saber o aprender, como si estuviera en una clase de arquitectura o historia del arte. En la fachada de la entrada al público, la más nueva, Jesús te recibe con la cruz a cuestas en unas esculturas geométricas con marcadas líneas rectas. Hay esculturas por todas partes, todas contando un pasaje diferente de la Biblia. Al entrar, la magnificencia de los colores de los vitrales que se dan a la tarea de filtrar la luz que viene de afuera y que llenan el recinto de un aspecto mágico. 

Interior de la Sagrada Familia

Me encanta la sensación que te embarga al entrar en un lugar grande. Grande en todos los sentidos, no solo físicamente. Te hace sentir pequeña y recordar la insignificancia de tu humanidad. Si no fuera así, ¿cómo podrías asombrarte de las cosas que te pone enfrente la vida? Esa capacidad de admiración, muy propia de los niños, no la deberíamos de perder nunca.


Fachada del nacimiento, Sagrada Familia.

Después de embobarme viendo la fachada del nacimiento, me tomé el tiempo de ver las exposiciones acerca de Gaudí, lo que me ayudó más a entender la magnitud de su obra y su visión innovadora para la época. Aunque no soy la más creyente de los creyentes, no me deja de dar la impresión de que el talento y la inspiración no son fortuitos.

Al salir de la basílica no es ni el mediodía y ya me puedo dar por satisfecha de haber venido hasta acá. La prisa, el cansancio y el frío son malos consejeros para el viajero con tiempo limitado, así que una vez de vuelta en el bus, voy eligiendo deliberadamente cuáles paradas saltarme. El Parc Güell y el Tibidabo deben quedarse para "la próxima", si es que la próxima algún día llega. Veo el Camp Nou desde el bus, me cambio de ruta y no me bajo sino hasta la parada de la Plaza de España.

Plaza de España
Aparte del frío, una de las desventajas de viajar en invierno es que todo es más gris y no dejas de sentirte un poco decepcionada cuando estás enfrente de un lugar que has visto en fotos y se ve... diferente (como me pasó en el Coliseo en Roma).

Empiezo a caminar hacia el Palacio de Montjuïc. No dejen que las gradas los engañen. A los lados hay escaleras eléctricas que ayudan a agilizar el paso. Sin holgura de tiempo y presupuesto, opto por ver el palacio desde afuera, sin entrar al Museo Nacional D'Art de Catalunya que alberga en su interior.



Al fondo, Palacio de Montjuic
El miedo a perder el siguiente bus me previene de visitar el Museo del Pueblo Español. Aunque tengo bastante confianza en los buses tipo hop on, hop off, una de sus desventajas es que es difícil de predecir cuándo van a pasar. Entre más largo es el recorrido, más probabilidades hay de que haya un retraso, ya sea por el tráfico o por la cantidad de buses que ponen en circulación dependiendo de la temporada.

El bus sigue su recorrido por Montjuic, pasando por el Palau Sant Jordi, donde celebraron los Juegos Olímpicos de 1992 y todavía se ve la antorcha olímpica. Mi siguiente parada es el Teleférico de Montjuïc desde donde se alcanza a ver todo Barcelona y el Mediterráneo.

Barcelona a tus pies

Basta llegar hasta arriba e identificar a lo lejos la Sagrada Familia para ver qué tan lejos he llegado en un día.

En todos los sentidos.

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