Un día caótico

Día 6. Roma no se construyó en un día pero yo me propuse a conocerlo en uno. Tomé el tren de alta de velocidad de Florencia a Roma en la oscuridad de las 7 a.m. Fue una de las cuatro ocasiones en que pagué un taxi en todo el viaje, pero fue necesario porque no me animé a caminar en lo oscuro hasta la estación de Santa Maria Novella. Dormí casi todo el trayecto, las dos horas que duró. Así de cansada estaba con el insomnio de las últimas noches. Ritmo circadiano descompuesto.

Al llegar a la estación Roma Termini, el caos. Cientos de personas por doquier. Y la lluvia. Lluvia en diciembre. De todos los días para conocer la ciudad eterna me tocó el más gris. Desayuné rápido y busqué la parada de los buses rojos que hacen un circuito por los lugares turísticos must see. Elegí los buses porque no sabía nada sobre dónde estaba qué cosa ni cómo llegar. No tenía ni siquiera un mapa.

Después de un arranque difícil bajo la llovizna, llegué al Coliseo. Y me decepcioné. Porque el Coliseo era gris. No se veía como en las fotos y en las películas. Lo adornaba un árbol de navidad gigante que me recordó que solo faltaban cuatro días para la Nochebuena. Desde un principio sabía que no entraría al sitio histórico, por restricciones de tiempo y presupuesto. Con lo que no contaba era con la lluvia. Vendedores ambulantes se paseaban con sombrillas en mano, pero el miedo a ser robada me detuvo de buscar mi billetera entre el desorden de mi bolso.

De todos los lugares, Roma fue donde más acechada me sentí y más miedo tuve por los carteristas. Probablemente todo este recuento está sesgado por la sensación de desesperación que tuve ese viernes.

El Coliseo. Gris.

Después de esperar por el bendito bus lo que se sintió como una eternidad bajo la llovizna, opté por no bajarme sino hasta el Vaticano. En el recorrido, una de las vistas más bonitas fue el monumento a Vittorio Emanuele II frente a la Piazza Venezia, donde curiosamente a la par había una manifestación. Ya a lo largo de la semana había visto en las noticias que había disturbios en Roma, así que esta protesta se veía pacífica comparada con las de la televisión.




Luego, el bus llegó a la Via della Conciliazione, la entrada al Vaticano. Sorteando los charcos hechos por la lluvia y esquivando a los vendedores que ofrecían todo tipo de tours y casi ver al mismísimo Papa Francisco, llegué a la Piazza di San Pietro, con su árbol de navidad al centro y una fila que rodeaba al menos el 60% de la plaza para entrar a la Basílica. Desalentada por el cansancio de caminar bajo la lluvia por miedo a deslizarme, me quedé sin ver La Pietà. Mi consuelo fueron los Musei Vaticani.


De las estampas más curiosas del Vaticano fue ver a la policía llevarse con algo de brusquedad a un vendedor que estaba por la plaza. Uno no se imagina que esas cosas pasen en un lugar así.

Caminé 20 minutos hasta llegar a la entrada de los Museos Vaticanos, donde están las estancias de Rafael y la Capilla Sixtina. Hice el recorrido largo en el que haces un circuito por todas las salas abiertas al público. Mis pies no estuvieron tan de acuerdo, pero al final del día, en estas situaciones uno termina caminando con el espíritu. Al llegar a la Capilla Sixtina, repleta de personas y guardias sigilosos de que nadie tome fotos ni video, no pude evitar admirar cómo esta obra se pudo realizar con la tecnología del siglo XV. Nada de lo que se haga en este siglo con las comodidades y conveniencias que tenemos se le pueden comparar.

En las estancias de Rafael sí se pueden tomar fotos.

Al salir del museo a media tarde, di por finalizada mi estadía en el Vaticano. Busqué el bus y me fui directo a la parada de la Fontana di Trevi. Hasta que la hallé. Y fue magnífico. Pasé sentada enfrente por unos buenos veinte minutos, tratando de capturar mentalmente todos los detalles del momento, con la fortuna de que un rayo de sol se asomó por un breve instante para iluminarla. Bellissima. Tiré mi moneda al agua con la esperanza de regresar algún día. Uno menos gris.

La Fontana di Trevi

Después de mucho caminar, hice una parada técnica por un pedazo de pizza rellena que me comí mientras caminaba hacia la Piazza di Spagna y la famosa escalinata. Si conté cuántas gradas eran, a estas alturas ya lo olvidé.

Roma a los pies de la Escalinata de España.

Un día caótico terminó con un gelato de chocolate mientras esperaba el bus que me llevara a la estación para tomar el tren de regreso a Florencia. A dormir. Finalmente.

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