Momentos que definen tu vida

Hace un tiempo ya, contaba historias de viaje a un grupo de personas que apenas y conozco. Después de reírse de mis infortunios en baños y casas ajenas (Airbnb), entre otras cosas, uno de mis interlocutores me volvió a ver y con seriedad periodística me preguntó de dónde surgió todo eso, refiriéndose a los viajes.

Lo había pensado pero muy pocas veces lo había dicho en voz alta, menos a un extraño. Todas las aventuras -los viajes, los partidos de fútbol, los conciertos, los shows y todas esas experiencias de vida que francamente nunca habría imaginado hasta hace cinco años-, tienen su génesis en el miedo a morir. O quizás al miedo a vivir sin vivir.

Hace seis años exactos pasé por el quirófano por una tiroidectomía. Aunque fue un momento definitorio para mi historial clínico (llevo todos estos años tomando levotiroxina), la cirugía fue apenas un evento en la cadena de sucesos que me llevó a ser esta persona "aventurera" y "valiente", que algunos perciben, si bien creo que todas estas locuras las hago en parte para retarme a mí misma.

La cadena de sucesos comenzó en julio de 2008 con el diagnóstico de cáncer de una tía muy querida, una enfermedad que se prolongó casi siete meses, uno de los momentos más definitorios de mi vida adulta. Lo que más recuerdo de esos meses de idas al hospital y compañía al lado de su cama, es el miedo que tenía mi tía de morir y, por otro lado, sus ganas de seguir viviendo.

Mi tía tenía 52 años cuando murió. Sigo pensando que se fue demasiado pronto. Fue la sexta persona en mi familia en padecer de cáncer. De las seis, sólo una lo ha superado. Ella tuvo cáncer de tiroides cuando estaba en sus veintitantos. Conecte los puntos y haga fast forward a octubre de 2010, cuando una tos contribuyó al hallazgo incidental del quiste, aunque benigno, que me hizo terminar con media tiroides un 18 de diciembre.

Yo no tuve cáncer a los 24, pero los días que pasé con miedo, preguntándome afligida si esa también sería mi suerte, si lo mío era cáncer, si me iba a morir, fueron los suficientes para iniciar algo en mí, sin saberlo. 220 días después, hice mi primer viaje por mi cuenta. Ese viaje fue mi primera vez en Nueva York, mi primer (y único a la fecha) partido de fútbol, mi primer musical de Broadway (único a la fecha también, temo decir), mi primera vez en el metro, mi primera vez en un museo grande de arte. Muchas primeras veces.

Cuando, respondiendo a su pregunta, le conté la historia resumida a este extraño, esta adquirió un nuevo sentido para mí. Hay momentos, muy puntuales por lo general, en que una se ve diferente a sí misma. Hoy que lo pienso, en esa breve conversación adquirí una nueva conciencia de esa parte de mí que me hace ser la persona que soy. La que es capaz de planear por seis meses un viaje pero que también el día menos pensado compra un boleto solo porque sí. Hoy que comienzo a gustarme a mí misma, esa es de las cosas que más me gustan de mí.


La noche de esa conversación estaba sumida en el dolor de otro momento definitorio que apenas comenzaba. Hace poco más de cuatro meses aprendí que sentir físicamente que te rompen el corazón no es un mito. De verdad duele. El corazón, la cabeza, el estómago, el amor propio. Una se siente quebrada, deshecha, destruida. No siempre te sientes así, pero el tiempo que sí te parece eterno.

Fueron días de no dormir, de despertarme hiperventilando a causa de una pesadilla, de no comer, de sentir náuseas que después me dirían que eran por estrés emocional, de aceptar ayuda en la forma de pastillas, de tener miedo de salir de mi casa. De llorar desconsoladamente - a veces sin razón aparente-, al punto en que me pregunté de dónde salía tanto, como si las lágrimas tuvieran tiempo de estar guardadas, esperando salir. De sentirme estúpida, de culparme a mí misma por algo que ni siquiera hice y que ciertamente no andaba buscando. De preguntarle a todas las personas con las que platicaba si creían que el karma existía. De sentir que me estaba volviendo loca, que dejé de ser la mujer fuerte e inteligente que creía. Hay días que aún me siento así.

Cuando hablas de un corazón roto la gente espera una gran historia de amor y desamor, pero lo curioso de mi corazón roto, según la conclusión a la que he llegado, es que en el fondo no tiene un motivo romántico, o como me he dicho varias veces "Yo sé que peores cosas me han pasado", y quizás por eso es más complejo y difícil de explicar por qué duele tanto. Solo voy a decir que nada rompe un corazón como depositar tu confianza en alguien a quien querías, y que esta persona la traicione sin ninguna consideración.

Esta disrupción en mi vida -algo que no esperaba de quien menos lo esperaba y cuando menos lo esperaba-, aunque dolorosa, ha sido útil. He intentado todo lo que se me ocurrió me podría ayudar a recuperar mi paz mental, algunas cosas más descabelladas que otras: hablar con Dios cuando miro al techo, visitas al Santísimo, una oración del Papa, confesarme (la menos útil de todas), el gimnasio, alabanzas en Spotify, yoga, ejercicios de respiración con un gurú, libros de auto ayuda, dos carreras, un video de Talks at Google sobre meditación, un concierto de música cristiana, un all you can drink de sangría, un diario en el que muy de vez en cuando escribo.

En estos meses he escuchado todo tipo de consejos de todo tipo de personas, unos más acertados que otros, que van desde el duro "Tenete respeto" hasta el esperanzador "Algún día vas a ver atrás y te vas a reír de todo esto". También he sido consolada por personas que nunca lo habría imaginado, como el primer amigo con quien me desahogué, mi abuela de 85 años, o la perfecta desconocida que se acercó a mi carro afuera de una iglesia para darme una nota escrita a mano con un mensaje "que Dios tenía para mí" (Salmo 34:19 - El Señor está cerca para salvar a los que tienen el corazón hecho pedazos y han perdido la esperanza). Eso pasa cuando uno llora en lugares públicos.

El mes pasado leí una columna en Modern Love, del NYT, que decía "And while I wished it hadn’t happened, I was changed because it did" (Y mientras deseaba que no hubiera pasado, fui cambiada porque pasó). Resume en una oración cómo me siento al día de hoy.

Hace tiempo dejé de buscarle obsesivamente sentido a todo esto porque simplemente no lo tiene. Es probable que la otra persona de esta historia no haya tenido un motivo. Tal vez lastimarme ni siquiera cruzó por su cabeza, y quizás eso hable en el fondo de lo poco que mis sentimientos y yo le importábamos. No lo sé y cada día me interesa menos saberlo porque no haría ninguna diferencia y las cosas no pueden "desocurrir".

Tal vez en el plan perfecto de alguien -Dios, la vida, el destino, el universo, como usted le quiera llamar-, tenía que pasar así. Tenía que desgarrarme por dentro y de esta persona. Tenía que caerse la venda de mis ojos para ver las cosas y las personas como son. Tenía que quebrarme en mil pedazos para que, ahora que empiezo a recogerlos, pueda decidir con cuáles me quedo y qué forma me doy a mí misma.

Sí. Desearía que no hubiera pasado así o que ni siquiera hubiera pasado, pero ya pasó porque tenía que pasar. Walter Riso (les dije, libros de auto ayuda), dice que el duelo es un sufrimiento útil y que había que sufrir para comenzar de nuevo. El momento definitorio no es el corazón roto, ni el dolor es el que me define, sino todos los cambios que han comenzado a suscitarse, algunos propelidos directamente por el duelo, otros que sólo van pasando.

Creo que el principal cambio es que, después de años de cuestionable autoestima, comienzo a gustarme, no sólo en el nivel "Me gusta lo que veo en el espejo", sino de verdad gustarme como persona. Hace una semana, caminando sola en una ciudad que me encanta, pensé para mis adentros que al fin me sentía que podía ser yo de nuevo. Yo. Otra "yo", una nueva, diferente, que por ratos se siente más libre. No esa persona llevada al borde de la frustración de hace más de un año, la que vivía deprimida sin saberlo, la que pensaba que no valía solo porque no la apreciaban.

Tal vez en un par de años hablando sobre cualquier otra cosa con un extraño, él me pregunte de dónde surgió todo eso y yo le cuente la historia resumida de cómo me rompieron el corazón a los 30 años.

Sí. Este es un momento que definirá mi vida de la manera en que yo elija. No sé cuánto dure, pero tengo la certeza de que cuando termine, cuando salga de esto, voy a ser otra persona. Espero que una nueva y mejor.

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Pensé y repensé en todos los motivos por los que era mejor no publicar esto. O mejor aún, ni siquiera escribirlo. ¿Por qué querría alguien compartir su dolor? ¿Qué pasa si lo lee la persona que menos quiero que sepa cómo me siento? ¿O si lo lee alguien que es capaz de regocijarse en saber que me hirieron? Pero entonces pensé que mi libertad era más valiosa y me dije a mí misma que esas personas no debían importarme.


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