Esas escasas horas en Sevilla

< Previamente en el viaje: Madrid

Día 20. Compré el boleto a Sevilla por puro capricho mientras esperaba en la estación de Atocha por el tren a Toledo. De esos momentos "YOLO, quién sabe si algún día regrese". No sabía mayor cosa acerca de la ciudad andaluza, excepto que mi abuela siempre decía que si algún día se ganaba la lotería, viajaría a Sevilla y a Granada. Una idea sacada de las canciones de su juventud, esas de Los Churumbeles de España, quizás.

Caminé desde el apartamento a toda prisa por Ronda de Atocha por miedo a no llegar a tiempo a la estación. Aún viajando en el AVE, el tren de alta velocidad, tres horas separan a Sevilla de la capital española, por lo que perder el tren no es una opción, especialmente si haces un viaje del día. La prisa por poco me juega una mala pasada cuando estando aún en la plataforma me fijé que me había subido al tren equivocado... Hacia Barcelona.

Superado el revés inicial, el tren llegó a la estación de Santa Justa pasadas las 11:00 a.m bajo un sol fulgurante. Ya en Madrid y Toledo había sido víctima del sofocante verano de la península, un calor que te seca la nariz y garganta, y que te lleva a pagar €2.00 por una botella con agua a la entrada del Parque del Buen Retiro. Pero en Sevilla el calor era de otro nivel, uno que me hizo agradecer haber perdido la vergüenza y enfundarme en unos shorts que solo usaría en público para ir a la playa 😌.

Esos errores de turista...

Salí de la estación con una autoridad injustificada. Después de tres semanas me creía que lo podía todo, que podía improvisar cualquier cosa. Siguiendo a un grupo de turistas, llegué a la parada de buses y todavía me atreví a tratar de ayudarle a otros que andaban igual de perdidos que yo. Tan confiada que mi único plan era buscar uno de esos buses de turistas, de los rojos de dos pisos, para "no tener que preocuparme por nada".

Yo sé, yo sé, yo sé. La regué.


Ya había cometido este error de principiante en Washington D.C. en el 2011, en Barcelona y en Roma en el 2013, y el viaje a Sevilla solo demuestra que uno no aprende de sus errores. Aunque útiles en otras circunstancias, no son funcionales para los viajes del día, a menos que su intención sea abarcar un área geográfica grande y ver todo desde afuera. Sin embargo, para alguien que lo que menos tiene es tiempo, pues resultan ser una pérdida total de tiempo.

Además, las paradas por lo general coinciden con las de los buses del transporte público, que pasan con mucha más frecuencia porque tienen más unidades -si bien hacen más paradas- y cuestan una fracción de los boletos de los buses "hop on, hop off". Conclusión: Espero que no haya una quinta vez en que me arrepienta de esto, porque lamento informarles que en Ciudad de México cometimos la misma burrada (sí, con ese tráfico 😐).

¿Olé?


Me bajé en el Paseo Colón, frente a la Plaza de Toros de la Maestranza y me pudo más la curiosidad al ver que daban tours guiados por el recinto, incluida la entrada al pequeño museo. Disclaimer: Yo desapruebo las corridas de toros y el maltrato animal. Hice el tour con el propósito de conocer realmente de qué trata y entender el razonamiento detrás de la tauromaquia, cosa que creo que jamás hará sentido para mí. Para muchos es un tema de patrimonio histórico y cultural, pero claro está que todas las culturas tienen la capacidad de evolucionar...

Debo decir que si hubo algo que me gustó fue el contraste del color ocre del ruedo de la plaza, con el celeste del cielo. Hay algo en los colores de los lugares que uno visita que los hace más memorables. No sé si se debe a que era un día bastante soleado, pero en mi recuerdo, Sevilla es brillante y cálida, con los toques justos de color y contraste 🌞.

En una galaxia muy, muy lejana

Di con la Plaza de España en el Parque de María Luisa después de almorzar por pura chiripa*, y por chiripa quiero decir que por poco me lo pierdo. Ese "A ver rápido qué hay por aquí" y la casualidad de toparse con esa majestuosidad al doblar una esquina, es de esas cosas que no se olvidan. El edificio se construyó para la Exposición Iberoamericana de 1929, y los fans de Star Wars la recordarán como el planeta Naboo en el "Episodio II: El ataque de los clones".

Y vaya que sí es de otra galaxia y da gusto pasar por cada uno de los bancos y ver los respectivos azulejos. Es de esos lugares en que uno se siente minúsculo, y para el viajero solitario, de los que dan ganas de tener a alguien con quien compartir la experiencia. Sin duda, un desvío fortuito y, para quien planee viajar próximamente a Sevilla, una parada obligatoria.

Aquel déjà vu
En vista de que di la vuelta más larga del mundo en el bus turístico desde la Plaza de España hasta el Paseo Colón (sí, justo adónde había llegado en el bus desde la estación del tren unas tres horas antes), tuve la oportunidad de ver un poco más de la ciudad. Haciendo caso de la recomendación de una revista, me bajé en la parada del Barrio de Triana, descrito como un "clásico barrio sevillano" del otro lado del río Guadalquivir.

Con sus fachadas pintorescas con murales de azulejos (retablos cerámicos) en honor a la Virgen Esperanza de Triana y sus calles estrechas, esta parte de Sevilla me hizo recordar ciudades centroamericanas con arquitectura colonial. Lo mismo me pasó en Toledo. Admito que aún después de una búsqueda en Google no he encontrado la correlación entre una cosa y otra, pero a mis ojos, estando ahí, lo primero que se me ocurrió es que estaba teniendo un déjà vu. ¿No les parece curioso?

   

Si la Triana es una muestra representativa, Sevilla debe ser una ciudad agradable para explorar a pie, ver la dinámica del barrio, visitar los negocios locales, bares, restaurantes... ver cómo es la vida y cómo interactúan las personas en lo que parece ser un ritmo de vida más despacio, que no me consta que sea así. Claro está que desde el bus se veían zonas con más actividad y bullicio, pero esa es la impresión que me dio a comparación de Madrid, que debe ser lógico pues es una ciudad mucho más grande. Le dejo la inquietud a los interesados.

Cuestión de prioridades

Si se trata de visitar los lugares "must-see" de Sevilla, en ningún itinerario puede faltar la Catedral y el Real Alcázar. Si viajan en bus público, el acceso a ambos es a través del Paseo Colón (para esto habrá que caminar un poco). Si yo pensé que la Catedral de Toledo era grande, la Catedral de Santa María de la Sede me hizo reconsiderar qué entiendo por grande. Esta catedral es masiva. MASIVA. Creo que mis ojos no terminaron de procesar en el momento todos los detalles, como el retablo mayor, las puertas, el coro. Quizás nunca deje de arrepentirme de no haber hecho la visita con tiempo para poder apreciarlo todo como era debido.

La catedral gótica a la izquierda (construida donde antes fue una mezquita) con el Patio de los Naranjos a la derecha

De lo que jamás me arrepentiré es de haber subido los 47 metros de altura en 35 rampas con 17% de pendiente de la Torre de la Giralda, el campanario de la catedral. Esta torre fue diseñada para permitir incluso el acceso a caballo, y para cuando llegué a la cima y vi las campanas, agradecí con todas mis fuerzas el poquito de condición física que había logrado desarrollar previo al viaje. En las últimas rampas todavía tuve el aliento suficiente para darle ánimos a una turista asiática, porque un "You can do it" es lo que yo habría querido para mí misma en ese momento 😆.

    
La Giralda y el Patio de los Naranjos, muestras de la conquista musulmana de la península ibérica

Y entonces todo vale la pena cuando llegas a la cima y ves toda la catedral, los muros del Alcázar, los techos de las casas, las piscinas en la terraza de algún hotel boutique, todo Sevilla a tus pies...

     

A una distancia corta de la Catedral se encuentra el Real Alcázar de Sevilla, un palacio del tiempo de los moros. Cualquier persona que haya leído y/o visto "El tiempo entre costuras" entenderá la emoción de entrar a un lugar que se asemeja lo más posible al Tetuán marroquí que nos venden en la historia de Sira Quiroga.

En particular, este viaje fue mi primera experiencia con arquitectura morisca y quedé fascinada. De nuevo, en el Real Alcázar lo que faltó fue el tiempo y un guía que pudiera explicar todos los pormenores del edificio. Pero si de algo me sirvió la visita, fue para despertar más el deseo de ir a Granada algún día, o por qué no, al propio Marruecos.



Final de infarto
El final perfecto a esta aventura de escasas horas fue el intento desesperado por que no me dejara el tren. Y digo perfecto porque no podría haber pasado de otra manera. Más que capricho, quizás fue una locura hacer un viaje del día de Madrid a Sevilla justo el último día de mi viaje. Y este fue el final perfecto de locura (y de infarto).

En mi mente, esos 10 o 15 minutos, siempre serán como escenas sacadas de una película de acción, desde el momento en que salí a toda marcha del Alcázar al Paseo Colón a tomar un taxi, que al abrir la puerta del taxi se subieran otras personas (¡me robaron el taxi!), la agónica espera por el bus o por otro taxi -lo que pasara primero-, luego a contar los segundos que duraban las paradas por doquier en el camino a Santa Justa, hasta el sprint de mi vida corriendo desde la parada del bus al andén del tren, pasando por los puntos de seguridad. Llegué con apenas segundos de sobra, tanto así que me hicieron subir al primer coche y el tren se puso en marcha después de dar tres o cuatro pasos.

Sí, en mi mente siempre será como la escena eliminada de "Love Actually" en que Sam corre por el aeropuerto para alcanzar a Joanna, con música igual de épica:




No recuerdo cuánto tiempo tomó que se normalizara mi respiración cuando por fin llegué a mi asiento. Recuerdo ver paisajes convertirse en manchones de colores. Recuerdo que me dormí. Me dormí probablemente por todas las emociones de un solo día, o las de todas esas tres semanas, o de pensar que en cuestión de horas tendría que regresar a la realidad. Para cuando el tren llegó a Madrid, sabía que ya era el final.

Lógicamente había que celebrar con una jarra de tinto de verano. Solo porque sí.


Fechas qué recordar: Viernes 1 de julio de 2016
Duración real: ¿5 horas? Probablemente pasé más tiempo en el tren que en Sevilla 😣.
Experiencias para siempre: Subir la torre de la Giralda.
Comida memorable: Mi almuerzo en Sevilla consistió en croquetas, ensalada de langostinos y un granizado de limón en un restaurante a la entrada del Parque de María Luisa. Seguramente hay cientos de lugares mejores para probar algo típico de Sevilla, pero con el hambre y el calor, me supo a gloria.
Qué faltó de esencial: Tiempo *suspiro*.
Qué aprendí: ¡Uf! Tantas cosas. A preferir un tren que salga más temprano y uno que regrese más tarde (considerando que en verano aún hay sol hasta entrada la noche), a hacer una lista de los lugares a los que darle prioridad para visitar antes del viaje (y revisar en el mapa adónde están y cómo llegar), y a no usar los buses hop on, hop off en ciudades en que son innecesarios o inútiles. Y a pesar de todas estas cosas, a sentirme agradecida.
Presupuesto aproximado: Alrededor de $220, sin contar el alojamiento en Madrid. Solo el boleto del AVE costó $143 (ida y vuelta), así que hay muchas maneras de bajar el presupuesto para quedar por debajo de $200. Mi recomendación sería incluir Sevilla en un itinerario por diferentes ciudades de España y no tener que regresar a Madrid al final del día.

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