En Madrid: Caminar, tomar fotos, observar a las personas y repetir

Ese cielo perfecto desde Las Ventas

Hace exactamente un año, un 10 de mayo, llegué a Madrid para iniciar un viaje maratónico, marcado por la idea de "¿Quién sabe si esta sea la última vez que viaje a Europa?". Que irónico pensarlo en estas circunstancias en que no sabremos cómo será viajar en los tiempos del COVID-19, porque si de algo hay claridad es de que esto no se irá a ningún lado por un tiempo. No sé si alguna vez he explicado esto, pero mis Eurotrips siempre han empezado y terminado en Madrid porque aprovecho los puntos Avios de Iberia y una de las condiciones es que el boleto sea de ida y vuelta por la misma ruta. 

En mi primer viaje en el 2013, pasé el susto de mi vida cuando perdí mi vuelo de París a Barcelona un 23 de diciembre en la noche y mi vuelo de regreso (BCN-MAD-SAL) salía al día siguiente temprano. Todo fue porque calculé mal el tiempo y de ribete me equivoqué de terminal en el aeropuerto. Tuve la gran suerte de que una señora de atención al cliente me ayudó a buscar una solución: comprar un boleto de París a Madrid, corriendo el riesgo de no llegar a tiempo. 

Pasé toda la noche despierta en el aeropuerto de Orly y fui la primera persona en el counter de Iberia donde le rogué a la encargada que pusiera en el sistema que yo llegaría a Madrid. Para más contexto, las aerolíneas te toman como un no show si no llegas al primer tramo de tu viaje. Ella me hizo un milagro de Navidad. Sobra decir que vine dormida todo el vuelo de regreso, después del cansancio, estrés y desvelo.

Desde entonces, a sabiendas de que tengo que estar en Madrid a toda costa para regresarme a El Salvador, organizo mis viajes de esa manera. En el 2016, dejé Madrid de último para celebrar tranquila mi cumpleaños #30 sin preocuparme de que dos días después tenía que estar ya subida en el avión para regresar a la vida normal. En el 2019, volé un viernes de Múnich a Madrid para evitar correr el riesgo. Todo fríamente calculado.

Madrid: Segunda toma

Qué diferencia hace tener experiencia, aunque la experiencia se gane a costa de los errores. Y entre más experiencia se obtiene, más confianza se va ganando, aunque siempre se vaya intentando a prueba y error. Para cuando llegué a Madrid ese viernes 24 de mayo, ya había pasado un vuelo retrasado y había perdido un tren, había tenido un drama de Airbnb, había dormido dos noches en Flixbus, me había estafado un taxista, había dejado mi maleta en consignación o en lockers en cuatro ciudades y había caminado más allá de la capacidad de mis piernas. 

Madrid fue una tarde casual. Como una visita a un viejo conocido. En mi experiencia, a veces no resulta tan bien regresar a un lugar cuando ha pasado poco tiempo, así que me esforcé en encontrar el balance entre repasar lo conocido y buscar aquello que faltó de esencial la primera vez. La conclusión: no hay viaje perfecto. En el 2016 no di con el templo de Debod y en el 2019 lo hallé pero no tenía agua (acá entre nos, no me pareció tan wow en persona como en las fotos. Suele suceder). En el 2016 no hallé el Oso y el Madroño y en el 2019 estaban haciendo trabajos en la Puerta del Sol. Los montaditos y tintos de verano del 2019 no eran tan buenos como en mi recuerdo del 2016.

   

 

  
 A veces sospecho que a mí me gustaría vivir en Madrid

Salí de mi Airbnb en el barrio La Latina, no recuerdo cómo llegué a la Puerta del Sol y de ahí me fui caminando hasta el Parque del Buen Retiro, donde estuve sentada un buen rato debajo de un árbol. De ahí tenía esta gran curiosidad por ver de fuera Las Ventas, la plaza de toros, sin saber que estaban en la Feria de San Isidro. Luego terminé buscando el dichoso Templo de Debod y de ahí me fui caminando recto, recto, recto pasando enfrente del Teatro Real, el Palacio y la Almudena, crucé en la Calle Mayor y me metí en las callecitas detrás del Mercado de San Miguel para volver a terminar en La Latina.

No hice nada. Nada. Nada más que caminar, tomar fotos (algo que, por si no se han dado cuenta aún, amo hacer ❤️), y observar a la gente ir con sus vidas. La Feria de Artesanía que estaba por Cibeles. Las personas que se bronceaban en el Parque del Buen Retiro. Los comerciantes arreglando sus puestos afuera de Las Ventas y los espectadores de todos los ámbitos de la vida madrileña aguardando a entrar a la corrida de toros (algo de lo que no soy partidaria, pero es una tradición que me continúa generando curiosidad). El grupo de amigas, señoras mayores, que había quedado para unas cañas en 100 Montaditos al final de la tarde. El bullicio de la Latina un viernes por la noche.

People watching afuera de Las Ventas

People watching en el Parque del Buen Retiro


Creo que las imperfecciones son lo que hacen más memorables a los viajes. La vida no es perfecta. Los viajes no tienen por qué serlo tampoco. Lo que sí tienen que ser es memorables. 

Hay que vivir experiencias que nos evoquen emociones al recordarlas. Hay que vivir viajes memorables que nos dejen lecciones aprendidas. Hay que atesorar nuestros recuerdos como si fueran nuestro bien más preciado porque como ya les he dicho, de este mundo solo nos llevamos lo vivido y lo bailado.

Y quizás lo más importante en el contexto en que estamos hoy, no hay que perder la esperanza de que volveremos a viajar más adelante.

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