De personas pícaras y buenos samaritanos

La verdad es que no todo te saldrá bien en un viaje. Hasta ese viaje a Budapest, había mantenido mi invicto de cero estafas o asaltos. Lo que me pasó no fue nada fuera la de lo común, pudo haber sido un episodio más de "Turistas en la mira".

Era una noche de viernes. Había pagado con anticipación un "crucero" nocturno en el Danubio a través de Get Your Guide. Digo "crucero" porque al tour operador le debería dar vergüenza atraverse a llamarlo crucero, pero esas son cosas que pasan. Bajé del castillo de Buda en una gran carrera porque me agarró la tarde cenando. Tomé el bus para atravesar el puente y del otro lado, en vista de que no iba a poder caminar los tres kilómetros que me separaban de mi destino en menos de 15 minutos, tomé la pobre decisión de subirme a un taxi.

Yo jamás tomo taxis porque soy desconfiada, pero en el momento era eso o perder el paseo en el río y lo invertido en el boleto. "¿Cuándo voy a volver a venir?" fue mi razonamiento. Aparte que no podía ser tan caro, según mis cálculos, si estábamos tan cerca. A continuación les dejo el crudo relato que le hice a un amigo más tarde esa noche cuando todavía estaba sulfurando por lo acontecido, el cual ha sido censurado para mantener el decoro:

"Tenía un ticket para un viaje en barquito en el Danubio y estaba bien lejos y no llegaba a tiempo en ningún medio de transporte público. Entonces vine yo y dije "¿Cuándo volveré a tener la oportunidad de ir en un barquito en el Danubio?", y me desgracié en subirme a un taxi después de preguntar si aceptaba euros porque ya casi no tengo florines. A la hora de pagar, me dice "It's 20 euros", hasta me enseñó que eran 5,900 florines en el taxímetro... Y yo pensé "🤬, ni modo". Revisé y le di el pisto. Y viene el 🤬 y me dice "It's 20€" y me enseñó un billete de a 5€. Y yo dije, "Qué raro, me equivoqué". Cambiamos billete. Y después revisé y según mis cuentas NI A 🤬 me habrían salido 20€ en el taxímetro, si apenas habrán sido cuatro kilómetros. Entonces una de dos: Me cobró significativamente de más o me robó un billete de 20€. O ambas. El punto es que espero que coma mucha 🤬 Perdón por el francés 🙃".

¿Qué otra opción tenía más que pagarle? Estaba sola, eran casi las 10 p.m. en un área no muy concurrida de una ciudad desconocida en la que no hablaba el idioma. Cuando me pasó el shock inicial no podía dejar mi enojo a un lado y, aquí entre nos, que el "crucero" dejara qué desear tampoco contribuyó a la situación. Mi mamá me hizo entrar en razón después: era mejor ser víctima de una estafa que de un asalto. 

La foto más cara de mi vida: El Parlamento de Budapest visto desde el río Danubio


El punto aquí es que por una tan sola mala experiencia, tengo muchas otras en que completos extraños me mostraron su bondad. Siempre hay un buen samaritano en el camino. En Turquía, por ejemplo, adonde tontamente no llevé suficiente efectivo, le quedé debiendo $5 al taxista. Se me caía la cara de la vergüenza y él solo decía "It's OK madam, don't worry. It's OK". Un vendedor de textiles me aceptó parte del pago en leu rumanos porque no me alcanzaban las liras turcas y encima me ofreció té de manzana, como es costumbre, para agradecer la venta.

En Ginebra, adonde llegué pasada la medianoche porque el vuelo se retrasó, pasé uno de los momentos más angustiantes de mis viajes cuando por cuestión de ingenuidad no podía sacar de un buzón la llave de mi Airbnb. Después de múltiples intentos que se habrían visto sospechosos en una cámara de seguridad, resolví frustrada que tenía que buscar un lugar con WiFi lo antes posible para poder comunicarme con la anfitriona que estaba de viaje y que si no, iba a tener que encontrar adónde pasar la noche. Eso suena fácil de hacer pero quiero que tomen en cuenta que las calles estaban solas. ¡Solas! 

Por suerte, entré a un lugar de kebabs justo cuando estaban limpiando y le expliqué al encargado que necesitaba WiFi por una emergencia. Tomó mi teléfono, metió la contraseña, me pidió que saliera del establecimiento y me dijo que me podía quedar a un costado. En ese preciso momento comenzaron a caer todos los mensajes de mi anfitriona que estaba preocupada porque no me había comunicado con ella. En el instante en que salí, empezó a llover y ya habían cerrado el lugar en cuestión de minutos. Resultó que el buzón no tenía llave y solo tenía que halar con fuerza la puerta. Empecé a llorar de alivio caminando bajo la lluvia de regreso al apartamento. El señor de los kebabs me salvó.

La curiosa iglesia en la misma cuadra entre el lugar de kebabs y el apartamento en Ginebra


En la estación central de Múnich unas personas que apenas hablaban inglés intentaron orientarme para buscar un punto desde dónde pedir un Uber o un taxi porque el servicio del metro estaba interrumpido justo en la línea que yo tenía que tomar. El conductor de Uber tuvo una gran paciencia para dar con la dirección del Airbnb en la lluvia (de nuevo, pasada la medianoche), ganándose su propina y, por qué no, sus alas, al igual que mi anfitriona, que se estaba desvelando esperándome.

La moraleja aquí es que, sin importar las circunstancias, tratemos de ser los buenos samaritanos. Si estamos de viaje, puede ser algo tan sencillo como darle indicaciones o recomendaciones a alguien, siempre y cuando estemos calificados para hacerlo. Y si somos quien recibe la buena acción, hagamos un esfuerzo por devolver el favor a alguien más. Nada nos cuesta.

Los simpáticos extraños que le hicieron photobomb al paisaje en el castillo de Buda

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