Quitarle la culpa a los placeres

En algún lado escuché que tenemos que dejar de ocupar la frase "placer culposo". ¿Por qué deberíamos sentir culpa por las cosas que nos gustan o hacen felices? Claro está, siempre que estas cosas no dañen ni supongan un riesgo a nadie más ni a nosotros mismos y quizás aún en esos casos, la culpa no es el sentimiento a sentir porque por lo general la culpa no resuelve nada. Pero la frase está bien arraigada en el lenguaje, probablemente más en el inglés. Binge watching en Netflix es un "placer culposo". Ver películas de navidad es un "placer culposo". Los postres son un "placer culposo". Hasta lo más superfluo e inofensivo tenemos que verlo como un placer culposo y sentir vergüenza de que nos guste.

Yo misma he usado la frase "placer culposo" al referirme a un hobby inocuo: leer el género romance. He de confesar que por muchos años he manejado mis hábitos de lectura como algo vergonzoso que debe permanecer privado y, en la medida de lo posible, secreto. Hay mucha tela que cortar acerca del trasfondo de ese pensamiento. Tal vez veo el romance como una debilidad. Tal vez me veo a mí misma como alguien que no puede ni debe mostrar debilidades. Tal vez me da miedo que otros me juzguen porque nos han enseñado que el romance es cursi y lo cursi es malo y una mujer cursi entra en la lista de los peores estereotipos, aunque alguna vez ya en este mismo blog me declaré como una hopeless romantic o algo así como una romántica empedernida.

Algunas de las novelas de Christina Lauren, unas de mis autoras preferidas

Creo que este año, entre haber encontrado un club de lectura que comparte el gusto por la novela romántica (ya hablé del podcast anteriormente), y el simple hecho de que 2020 ha sido uno de los peores años en la historia reciente de la humanidad, el romance ha sido el escape perfecto y, entre más me despojo de la culpa, más libre me siento de apreciarlo y disfrutarlo. Mi Goodreads no miente: ya llevo 35 libros en lo que va del año. No es que lea todo el tiempo. Son más bien picos. Fines de semana largos en que puedo devorar dos libros.

Al final, he aprendido que una cosa es cierta: me gustan las historias y me gusta el amor. La idea del amor. La idea de que dos personas pueden sentirse atraídas mutuamente en distintos niveles y pueden desarrollar todo tipo de emociones. Me gusta pensar qué haría yo si estuviera en la misma situación que otra persona. Me gusta descubrir cosas acerca de mí misma en mis análisis de las historias que consumo. 

A la comunicóloga en mí también le gusta observar el fenómeno: es una industria cultural fascinante que evoluciona con la sociedad. Hay debates, por ejemplo, de la diversidad y representación en las novelas románticas. Yo he leído libros en que la heroína está en el espectro del autismo y otra en que el héroe es sordo (porque sí, en Romancelandia los protagonistas son héroes y heroínas). 

También está el lado más propiamente del mercadeo y las editoriales (por ejemplo, el debate sobre las portadas ilustradas y por mercadearse como "comedia romántica"). Y supongo que hay un lado antropológico o de psicología humana también: si hay libros románticos paranormales es porque hay personas interesadas en leerlos (piensen vampiros, hombres lobo, fantasmas), así como también hay libros con personajes que son bomberos, chefs, futbolistas o incluso vaqueros de rodeo bisexuales. Cada quien con lo suyo. Love is love. 🤷‍♀️

El punto, amigo lector, es que así como debemos erradicar el término "placer culposo" del lenguaje, tenemos que erradicarlo de nuestras vidas. Nos conviene dejar de sentir culpa o vergüenza por lo que somos y hacemos, ya sea un maratón de Netflix, una película de navidad, un postre o una novela romántica. O todos los anteriores.

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