Caminando por Manhattan


Nueva York es una de mis ciudades favoritas en todo el mundo. Sí, es cierto que no tengo un pasaporte lleno de sellos para comparar, pero estoy convencida de que podré recorrer otros rincones del mundo y seguirá siendo de mis favoritas, adonde seguiré eternamente planeando viajes imaginarios para volver "algún día".

Hace un año fue mi turno de regresar a Nueva York y experimentarla de otra manera. Lejos de las típicas atracciones turísticas, sin itinerarios ajetreados, a pie y en silencio, sin WiFi ni datos, entre el otoño y el invierno, y con el espíritu navideño a reventar. 

Navidad por todas partes

Tomar el tren hacia la estación Penn en Manhattan al final de la tarde y salir de ese mundo subterráneo a una plétora de luces de todos los colores. Cruzar la 34 y ver el edificio de Macy's con su enorme rótulo con la palabra "Believe" ("Cree") y sus escaparates decorados para la época. Avanzar al parque Bryant para ver el mercadillo de Navidad con sus ventas, los patinadores sobre la pista de hielo y el árbol de navidad con su decoración patriótica en rojo, blanco y azul. Seguir caminando por la quinta avenida, desviarme en el centro Rockefeller para ver el famoso árbol de "Mi pobre angelito 2", momento que repetiría días más tarde acompañado de fresas cubiertas de chocolate Godiva después de la función del "Christmas Spectacular" de las Rockettes en el Radio City Music Hall, fórmula perfecta para entrar en el espíritu de la navidad. 

Detenerme a ver el juego de luces y música en la fachada de Saks Fifth Avenue, mientras los policías dirigen el tránsito de los cientos de peatones que han salido a la calle ese domingo. Ver afuera de la Catedral de San Patricio a un coro de monjas jóvenes cantando villancicos y que una de ellas llamara mi atención por usar zapatos tenis con su hábito. Un par de bloques más arriba, admirar los escaparates de Bergdorf's con sus diseños intrínsecos y maniquíes ataviados de ropa y zapatos que jamás podría costear. Una hora después, sentarme en Times Square, al centro de todas las luces, en medio de tantos otros turistas como yo y recordar la letra de "New York, New York", de Sinatra.

Caminar, caminar, caminar


Otro día comenzó desde la punta de la isla con vista a la Estatua de la Libertad, en el parque Battery donde conocí oficialmente el otoño en las hojas amarillas y rojizas de los árboles que aún no habían sucumbido al frío del invierno. Ese día debo haber caminado unas 20 calles, con breves paradas en la Iglesia de la Trinidad, el memorial a los ataques terroristas del 9/11, el Oculus (la estación de metro más cara del mundo), hasta atravesar Tribeca, y después SoHo y sus calles empedradas y edificios con detalles de hierro en sus fachadas, y llegar al parque Washington Square, fácil de reconocer por todo aquel que vio "Friends" alguna vez en su vida. 

En mi experiencia viajando he descubierto que no cualquiera comprende el placer de solo caminar. Siempre me preguntan "¿Pero qué hiciste?", "¿Adónde fuiste?", "¿Ahí que hay?". No siempre hago algo aparte de caminar. Ni voy a lugares específicos todo el tiempo. A veces en los lugares en los que termino ni siquiera hay algo concreto, un monumento o un sitio icónico. Pero caminar es más que caminar. Es ver la arquitectura de la ciudad transformarse ante tus ojos. Son los murales, los rótulos, las calcomanías pegadas en un acto de vandalismo urbano, los graffitti. Son los establecimientos comerciales, ver a la gente entrar y salir en su vida diaria, interactuando entre ellos. Es preguntarse qué tipo de vida llevan los habitantes de esos vecindarios y pensar si uno sería feliz ahí.
Una de las desventajas de viajar en diciembre es lo temprano que anochece. Para cuando me había trasladado de Greenwich Village a Chelsea en el metro, todo lo que pude ver desde el parque Highline fueron las luces de Nueva Jersey, a pesar de que no eran ni las 6 p.m. Ese lunes, taché de mi lista de deseos culinarios conocer el mercado de Chelsea, abajo de las instalaciones del canal de televisión por cable Food Network. Cualquier día que termine con un rollo de langosta califica como perfecto, en mi humilde opinión.

Tienes un e-mail

La principal ventaja de viajar sola es que nadie cuestiona tu salud mental al momento de proponer ideas como recorrer los lugares en que se desarrolla una de tus películas favoritas. En este caso: "You've got mail". Después de un paseo rápido en los alrededores del parque de Madison Square, incluyendo una estampa curiosa de una plazuela con hamacas frente al edificio Flatiron, me moví 73 calles hacia arriba, específicamente al Upper West Side, el vecindario en que se desenvuelve la historia de Kathleen Kelly y Joe Fox (F-O-X).

Esa especie de peregrinaje me llevó al jardín de la calle 91, en medio del parque Riverside, donde los protagonistas finalmente se "conocen"; el Café Lalo, donde se citan por primera vez y Joe cae en cuenta que Kathleen es Shopgirl; y Verdi Square, entre otros. Fui una fanática feliz.


Es interesante cómo dependiendo del vecindario en que te muevas, puedes apreciar un Manhattan completamente diferente, no solo en arquitectura y el perfil de las personas que se logra observar sino también, como dirían los más místicos, en sus vibras. El Upper West Side se siente así de "cool" y relajado como nos lo hace creer la película de Nora Ephron, a diferencia de su vecino del este.

Una experiencia y un recuerdo

La noche acaba bajo la llovizna en el teatro David H. Koch, en el Centro Lincoln para las artes escénicas, con una función del ballet "El Cascanueces", de esas cosas que te alegran el corazón y que quisieras por un momento tener a alguien a tu lado para compartirlo. Una experiencia en sí misma.


Desde ver en el metro a un caballero ataviado en su traje, unas niñas en sus vestidos más elegantes de camino al teatro, el bullicio del lobby, el libreto de Playbill con la información de la obra, los detalles del vestuario, los decorados del escenario y, sobre todo, la destreza de bailarines y músicos, todo hizo que el precio del boleto valiera la pena. Lo que no tiene precio es sentirte doblemente afortunada al recordar de la nada aquel disco compacto con la música de Tchaikovsky que pertenecía a tu abuelito, y que por un tiempo sonabas para hacer las tareas del colegio.


Esta ciudad entera, con todo lo que me falta por explorar y descubrir, lugares que volver a ver y experiencias nuevas por vivir, la volvería a visitar todas las veces que pudiera. Con algo de suerte tal vez lo pueda hacer de nuevo el día menos pensado.

Para mientras, hay otros destinos en lista de espera.


Fechas qué recordar: 3 - 9 diciembre, 2016
Duración real: 5 días
Experiencias para siempre: "The Nutcraker" (New York City Ballet), "Christmas Spectacular" (Radio City Music Hall).
Comida memorable: Chelsea Market (llevar hambre y dinero), primera cerveza (Stella Artois), Eataly (demasiadas opciones), Alice's Tea Cup (cerca de Central Park, por Strawberry Fields), Whole Foods (abrumador), Godiva (las fresas cubiertas con chocolate), Max Brenner Chocolate Bar (cerca de Union Square), Wolffer Estate en los Hamptons (la cata de vino y el queso de cabra borracha).
Qué faltó de esencial: Central Park de día en otoño/invierno, el árbol de navidad del MET, Butter (reservación que perdí en el restaurante de Alex Guarnaschelli 💔).
Qué aprendí: Menos es más.

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