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Mostrando entradas de agosto, 2011

Manhattan de vértigo

Alguien tuvo a bien preguntarme qué se sentía estar en medio de los grandes edificios. La verdad es que nada. A menos que andes todo el tiempo viendo para arriba, so pena de terminar con un gran dolor de nuca, fácilmente se te olvida que eres una hormiga, un punto de color caminando por ese laberinto de juego de PacMan que visto desde arriba parece escenario constuido con billones de legos. Ahora pregúnteme qué se siente estar arriba. Estar arriba es lo que realmente vale la pena. Llegar al piso 67 del observatorio del Rockefeller ( Top of the Rock , calle 50) y apreciar una vista insuperable de Manhattan tal cual sale en el mapa, con el parque al norte, el Empire State al sur, el río Hudson al oeste y los puentes de Brooklyn, Manhattan y Williamsburg al este, te deja con los ojos (y boca) bien abiertos. En mi opinión, el Top of the Rock supera al Empire State en cuanto a vista- después de todo, el Empire State solo se puede ver bien desde el Rockefeller Center.

Cómo llegar a Washington DC y no desfallecer en el intento

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Ir al DC por un solo día fue desde el principio un capricho sin qué ni para qué. De esas cosas que se hacen solo porque sí, porque (uno cree que) se puede. Lo que no sabía es que esas escasas 17 horas en la capital estadounidense traerían consigo las lecciones de vida -y de viaje- más valiosas. Lección 1 .  No hay que tenerle miedo al metro.  El metro es tu amigo y te ayuda a que no se te desgasten las suelas de los zapatos. Ese jueves cuando salimos del Met, aún desorientada por ser el segundo día en la ciudad, pensé que era mejor caminar hasta Penn Station. Estando el Met en la 82 y la estación en la 34, vaya usted a saber en qué cabeza se me ocurrió que sería mejor caminar esas 49 calles y 3 avenidas. Viéndolo del lado amable, ese jueves nos recorrimos buena parte de la quinta avenida hasta llegar al mítico Hotel Plaza. Andábamos turisteando de todas formas, ¡ve chis! Lección 2. No hay que creer todo lo que se lee en internet. Resuelta a ir a Washington DC de la manera m

El MET a vuelo de pájaro

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Te voy a decir cómo NO ir al Met : no vayas un jueves faltando 2 horas y media para que el museo cierre. Pero si en dado caso te encuentras en esa situación, trata de disfrutar todo lo que el tiempo te permita. Algo así como "Si la vida te da limones, haz limonada". El Museo Metropolitano de Arte (Met) se encuentra a un costado de Central Park, frente a la quinta avenida, en la que se conoce como "La milla de los museos" (Museum Mile), donde también encontrarás el Guggenheim -una deuda pendiente-, el Whitney y la Colección Frick, entre otros. El precio sugerido de admisión es de $25 (1) y la palabra acá es "sugerido":  los museos públicos de NY te recomiendan cuánto pagar, pero tú decides cuánto donar . Podrías pagar $1 ¡e igual te dejarían entrar!, pero claro, hay que ser muy caradura para ahorrarse esos $24 que, en mi opinión, la visita los vale  (2) .  Las palabras "museo de arte" intimidan a cualquiera, pero que no te detengan de

Los 90 minutos del deporte más hermoso del mundo

Pasan de las 5 de la tarde; el partido comienza a las 8:30 p.m. pero no estoy segura de cómo llegar a Nueva Jersey. Ya me he paseado por medio Central Park con mi camiseta roja, esa que solo me había puesto para la final de la Champions. De vuelta en Penn Station, el hormigueo humano de las horas pico es aún peor. Es hora de separarnos, que mi cita con el Manchester United es personal .  Sé que tengo que tomar el PATH pero no lo veo anunciado por ninguna parte. Veo el mostrador de NJ Transit y a un trío con camisas similares a la mía, y me invade el alivio momentáneo de que alguien me dirá cómo llegar al Red Bull Arena. "Tome el tren en ese andén (lo señala con el dedo), bájese en la segunda parada y pregunte en la estación". Agarro mis tiquetes y me pierdo entre la gente que camina con prisa hacia el tren. A todo esto no sé cómo se llama el tren. Él me dijo que me subiera a este y así me subí. Pero no leí cómo se llamaba. Ni pregunté. Solo me subí. Va más topado q

Perderse y encontrarse en Central Park

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Si hay algo que debes saber para movilizarte en Manhattan es que Central Park divide la cuadrícula perfecta de la ciudad en este y oeste, y la atraviesa desde la calle 59 hasta la 110. No hay otra forma de internarse en el parque que teniendo aunque sea una vaga idea de qué quieres ver. Verás, perderse en un parque de 4 km de largo por 0.8 km de ancho no debe ser nada agradable, así que no está de más investigar adónde está cada cosa. Y sin embargo, hasta al más hábil de los lectores de mapas le puede dar por perderse y encontrarse en Central Park. Al salir del AMNH, en parte abrumadas por la muchedumbre, decidimos aventurarnos y entrar al parque. Después de 10 minutos que se sintieron eternos, caímos en la cuenta de que estábamos en la calle equivocada (1) : el parque estaba ahí, pero detrás de muros que parecían no tener fin... ni puerta por donde entrar. Por un momento pensé que llegaríamos involuntariamente a la quinta avenida, cuando de chiripa encontramos unas gradas esc

Hormigueo humano

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Una no termina de dimensionar el significado de la expresión  hustle and bustle  hasta que se baja del tren en Penn Station. Toda la calma se rompe al abrirse las puertas y solo ves cómo salen disparados los demás pasajeros. ¿Adónde irán? ¿Por qué van tan rápido? Más que hormigueo humano, pareciera que los humanos tienen hormigas allá por donde no les pega el sol... de las rojas ¡y bravas!  Todos caminan con prisa en esta ciudad de topos. No hemos salido ni siquiera de Penn Station cuando la gente ya se mueve como si fueran puntos de colores en un juego de PacMan. Nosotras caminamos lento, pero con prisa. Lento porque es miércoles 27 de julio, el primer día que venimos a la ciudad. Queremos ir al  American Museum of Natural History (AMNH) , pero no estamos seguras de cuál es el metro que debemos tomar.  Tanto que planeé  y a la hora de las horas no me acuerdo. La multitud no coopera. Aquí todo el mundo anda estresado, ¿sabes? Todos deslizan su Metrocard y cuando la luz se pone

This is the train to Penn Station

A menos que seas un pariente lejano de Rockefeller, una estadía de dos semanas en NYC puede resultar inalcanzable para el bolsillo. No estamos hablando de hospedarse en el Plaza; pero encontrar un hotel "bueno, bonito y barato" es prácticamente imposible en el verano cuando el hormigueo humano se apodera de Manhattan. Entonces, ¿qué hacer? Con algo de suerte conoces a alguien en NY, te invitarán a quedarte con ellos y te recibirán con los brazos abiertos, a pesar de haberlos visto una tan sola vez en tu vida. Probablemente esos familiares o amigos no viven en Manhattan, sino en el Bronx, Queens, Brooklyn o Long Island (LI)... ya sabemos que hay salvadoreños en todas partes. Mis anfitriones viven en el condado de Suffolk, LI. El tren de Babylon, operado por el Long Island Railroad (LIRR), toma aproximadamente una hora en llevarte a Penn Station, el corazón del tránsito de Manhattan, por el no tan módico precio de hasta $13.50 si viajas en horas pico ($9.75 si esperas h

De por qué no importa cuánto planees

Dice Murphy que si hay posibilidad de que algo salga mal, saldrá mal. Los aeropuertos, por supuesto, no son la excepción. Comalapa, lunes 25 de julio. Cerca de las 7:30 p.m. una aerolínea centroamericana ahora asociada a una colombiana anuncia el retraso de dos horas de su vuelo a Nueva York. ¿Ahora qué?  Durante la semana anterior dediqué hasta el último minuto a planificar cada movimiento que daríamos en la ciudad que nunca duerme. Perdí el sueño tratando de prever hasta el más paranoico de los escenarios. ¿Qué tal si no llega la maleta? ¿Si llueve? ¿Si persiste la ola de calor? ¿Si nos perdemos aquí? ¿Si nos encontramos allá? Pero nunca se me pasó por la mente que no saldríamos el lunes. El reloj pasa de las 9 p.m. Los demás pasajeros están muy molestos. Yo también debería estar molesta... ¡se supone que mañana por la tarde tendría que estar caminando por el puente de Brooklyn! Pero me preocupa más que nos suban a todos a un avión que necesita mantenimiento. Ni siquiera me g

Volver

Tengo 13 noches de no dormir en mi cama. Le mentiría si le dijera que me hace falta. Anoche en el tren de regreso solo pensaba en cómo sería quedarse a vivir aquí y tener todos los teatros de Broadway a un tren de distancia, a la compañía de ballet o la ópera de Nueva York de vecinos y el Central Park por el patio de mi casa. Pero la verdad es que hay una diferencia abismal entre estar de vacaciones en una ciudad y vivir en ella a diario. Es un caso de fantasía versus realidad, noviazgo versus matrimonio. Con tantos estímulos bombardeando mis cinco sentidos no me había detenido a pensar a qué es lo que vuelvo. La respuesta es que no sé. Sé que uno de estos días regreso a clases, el último ciclo de la maestría. ¿Puede creer que ya casi se acaba? Yo no. También sé que tengo un compromiso laboral al que, siendo honesta, no tengo ningún deseo de regresar, pero tampoco tengo otra opción. Sigo sin tener noticias del último trabajo al que apliqué, mi plan B para lo que resta del año. Y no,