Cómo llegar a Washington DC y no desfallecer en el intento

Ir al DC por un solo día fue desde el principio un capricho sin qué ni para qué. De esas cosas que se hacen solo porque sí, porque (uno cree que) se puede. Lo que no sabía es que esas escasas 17 horas en la capital estadounidense traerían consigo las lecciones de vida -y de viaje- más valiosas.


Lección 1. No hay que tenerle miedo al metro. 
El metro es tu amigo y te ayuda a que no se te desgasten las suelas de los zapatos. Ese jueves cuando salimos del Met, aún desorientada por ser el segundo día en la ciudad, pensé que era mejor caminar hasta Penn Station. Estando el Met en la 82 y la estación en la 34, vaya usted a saber en qué cabeza se me ocurrió que sería mejor caminar esas 49 calles y 3 avenidas. Viéndolo del lado amable, ese jueves nos recorrimos buena parte de la quinta avenida hasta llegar al mítico Hotel Plaza. Andábamos turisteando de todas formas, ¡ve chis!

Lección 2. No hay que creer todo lo que se lee en internet.
Resuelta a ir a Washington DC de la manera más económica posible y siguiendo el consejo de mi papá y esposa de "viajar de noche", me topé con el sitio web de Greyhound. El bus se suponía pasaba por la 34 con la 8a., pero al no ver por ninguna parte adónde se compraban los boletos (y después de haber caminado ya 49 calles), bajamos a Penn Station a preguntar solo para descubrir que todos los buses en Manhattan salen desde Port Authority -algo así como nuestro Puerto Bus-, que queda en la 42. Otras ocho calles más que caminar, con el reloj marcando las 7, sin boletos para un bus que salía pasadas las 8 p.m.

Lección 3. En verdad, ¡no hay que creer todo lo que se lee en internet!
Port Authority, dos kioskos de la Greyhound después y ningún ser humano que te atienda. Acá todos los boletos se compran en máquinas, pero a las máquinas no se les puede hacer preguntas, y esta me está diciendo que no hay boletos y que el bus es un express que llega en cuatro horas al DC, cuando en internet leí (y hasta imprimí) claramente que había un bus que hacía varias paradas y llegaba de mañana después de 13 horas de viaje. Voy a la oficina de la par, donde anuncian que venden boletos de Greyhound, y logro comprarlos a falta de una hora. Pero es en el bus express y nosotras no tenemos a nadie esperándonos en Washington y mi teléfono no ha funcionado todos estos días.

Lección 4. El BBM es una gran cosa
Ya es medianoche. El bus es cómodo y hasta logré dormir un poco. Llegamos a la estación en el borde de Maryland y al leer "Free WiFi" se me ocurre encender mi teléfono. Conecta, ¡conecta! Me caen un puñado de correos y le escribo rápido a mi progenitora relatándole la situación: llegaremos en una hora, no más, al DC y no tenemos ni puta idea qué vamos a hacer. Saco mi guía de turismo, esa que te envían por correo al solicitarla, la ilumino como puedo y busco hoteles: entre menos signos de dólar tenga a la par del nombre, mejor. El bus llega a su paradero y no hay más WiFi, pero por lo menos alguien sabe adónde estamos. 

Lección 5. Washington DC es el lugar donde menos desearás estar después de la medianoche
Cuando vas en el bus todo es lindo. La ciudad dormida y el Capitolio iluminado. Al bajar, la situación es completamente diferente. No ubico en el mapa adónde estamos. Sé que estamos en la estación de Greyhound, pero no sé adónde. Lo único que investigué de Washington era la Union Station, de donde salen los buses turísticos y se supone que estamos cerca. 

Salimos en medio de la negra noche y me siento más insegura que si me dejaran tirada en el Centro de San Salvador a la misma hora. Hay gente durmiendo en la calle, otros se te acercan invadiendo tu espacio personal para pedirte u ofrecerte cosas, una trabajadora del sexo y un cliente (o su proxeneta) se pelean en una esquina, no hay a quién pedirle ayuda. 

Pronto hacemos grupo con unas chicas -venezolanas, asumo- que buscan Union Station. Empezamos a caminar por 10 ó 15 minutos hasta que llegamos al costado de la estación. Todo está cerrado, los únicos ahí son el personal de limpieza, quienes automáticamente nos hablan en español y nos dicen que tenemos que regresar mañana. Nos dirigimos a la entrada principal a buscar un taxi y de nuevo lo mismo: gente durmiendo en la calle, otros se te acercan invadiendo tu espacio personal para pedirte u ofrecerte cosas...

Lección 6. Los ángeles sí existen
Las venezolanas se pierden. Nosotras nos quedamos sin saber qué hacer. En la guía encontré un hotel, pero acá ningún taxista se ve confiable. Un hombre acomoda una fila que nombra "el lugar adonde quieres estar para conseguir un taxi seguro". Dubitativas hacemos fila al fondo, como quien quiere ganar tiempo para analizar la situación. 

Una mujer (blanca, muy bonita por cierto, sosteniendo una cartera naranja que parece ser de Birkin y un ramo de flores) se nos acerca y nos pregunta "Do you guys know where you're going?". "I'm not sure", le respondo. Le digo que buscamos un hotel pero que no conocemos la ciudad. Ella saca su iPhone y dice que sabe de uno que está muy cerca. Lo busca en el mapa, me pasa su teléfono y me dice que llame para preguntar si hay habitaciones. 

Decide que nos vamos a ir con ella, que compartamos un taxi y que nos dejará enfrente del hotel. Para ser tan desconfiada no sé cómo me fui con ella. El hotel en verdad estaba muy cerca de la estación, pero advertidas de que no era aconsejable caminar solas a esta hora, preferí hacerlo. Solo sé que si hubiera pasado 10 ó 20 minutos más en esa estación vacía, no sé qué habría hecho. 

El taxímetro marca $4.00, yo le doy un billete de a diez y le digo que se quede con el cambio. No lo acepta y nos toma los míseros $2 que teníamos más a la mano, bajo la condición de que le ayudemos a alguien que esté perdido en El Salvador. Nos desea un buen viaje y se va en el taxi. 

Lección 7. Gracias a Dios por la persona que se inventó la tarjeta de crédito
Ya estamos en el hotel, pasan de las 2 a.m. Pedimos una habitación y la recepcionista se nos queda viendo con cara de what. Saco la Visa, como quien quiere que lo tomen en serio y funciona. Me pregunta si soy mayor de edad y le digo "I'm 25!". Me pide mi ID y le doy el DUI. Sin más ni más estamos registradas en el Hyatt. Subimos a la habitación, busco la cama y me siento en la gloria. Buscamos en nuestras carteras algo qué comer y le agradezco al cielo que se me haya ocurrido meter el triple de todo, porque con eso desayunaremos también. Yo soy anti tarjetas de crédito, pero por esa noche de verdad dije "Porque la vida es ahora".

Lección 8. Los buses turísticos son la mejor manera de ver Washington DC
Sí, buses. Rojos. De esos que tienen dos pisos. El de nosotras costó $35 por persona y permitía bajarse y subirse las veces que quisiéramos, tres circuitos diferentes y hasta incluía un tour en barco por el Potomac. Después de comprar los tiquetes de tren para el regreso del domingo, empezamos nuestro viernes casi a las 11 a.m. (la camellada de la tarde anterior nos dejó muertas). El Capitolio, la Casa Blanca, el memorial de fulano, sutano, mengano y perencejo, todos los vemos bajo el sol abrasador, así como varios de los museos Smithsonian. Nos bajamos a saludar a Lincoln y trato de imaginar a Forrest Gump corriendo por la reflecting pool (que por motivos de mantenimiento está vacía). En verdad los buses son la mejor manera de ver el DC: no hay mejor forma para movilizarse. Acá las calles son gigantes, comparadas con las de NY, y las distancias entre un lugar turístico y el otro son enormes.



Lección 9. La mayoría de los Smithsonian son gratis
Evítese la insolación y métase a un museo. Nosotras fuimos al de historia americana estadounidense, pero usted se puede tomar el tiempo para ir al de historia natural, al del aire y del espacio, al del holocausto, o incluso al de los nativos americanos. La sorpresa más grata fue descubrir la carta de Charles Liteky a Ronald Reagan deseándole que un día despierte escuchando a los pueblos de Guatemala, Nicaragua y El Salvador: "They're crying STOP KILLING US".

Lección 10. Vale la pena visitar el Newseum
No, este no es gratis. Pero si usted es un curioso del campo de los medios de comunicación, es un dinero bien invertido (la entrada es válida por dos días). Una de las exhibiciones más interesantes eran las fotografías ganadoras del Pulitzer. Según mi compañera de viaje: "hay fotos que ves que no te imaginabas que podían tomarse, situaciones que no te habrías imaginado en foto". Hasta a la persona más reacia a "un museo sobre noticias" se divertirá y no querrá irse del recinto.

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