Justin Timberlake y una noche de fangirleada extrema

Viernes 26 de julio de 2013 con el reloj apuntando las 6 p.m. Atravesarse San Francisco de un lado al otro y contar, en medio del tráfico a vuelta de rueda, los rótulos que alrededor del Cow Palace anuncian el festival guanaco que acercará a los hermanos lejanos con su país en la forma de música de los Hermanos Flores, Algodón, Marito Rivera y Aniceto Molina, el colombiano más salvadoreño.

Reír un poco ante la ironía de que a ellos les llevan un poco de El Salvador y yo me escapo de El Salvador para llegar hasta allá, después de cinco meses de espera. Llegar a Candlestick Park, en medio del hood como bien me dirían. Ver la bahía, sentir el frío hasta en los huesos -aún con tres camisas, un suéter y un abrigo-, y entrar con nervios de los buenos a ese estadio que pronto dejará de existir pero que, sin afán de cursilerías, siempre existirá en mis recuerdos.


Porque para esto me voy a los extremos: para tener algo qué recordar.

Entro al recinto con prisa innecesaria, pero los detalles no se me escapan. Las colas para comprar cerveza, el olor de las papas fritas, los ridículos tacones de 10 centímetros de algunas asistentes, un par de tipos en suit and tie, el vendedor de churros rellenos. Ya desde mi asiento en la fila 2 (no se emocionen: el 1 empieza después de la Z), veo las hordas desfilar sin nunca llegar a su asiento. Los que se tropiezan dos gradas más abajo que yo. Los que derraman su cerveza en una desconocida. Los que aprovechan a bailar. Los que se manosean. Los que fuman marihuana a mi lado y pasan el porro a un par de chicas en la fila de adelante.

Casi tres horas de espera que se me hacen eternas pero que un DJ desconocido y el WiFi del estadio de los 49ers hacen un poco tolerable. Porque si ya esperé tanto tiempo -desde que veía el concierto del FutureSex/LoveShow en el MSG-, ¿qué son tres horas más?


No sueño con Justin Timberlake desde mi adolescencia. A mí me gustaban los Backstreet Boys, no 'NSync. Si acaso un par de canciones, las que pegaban más, las de los videos chivos. Me atrajo ya grandecita, cuando había pasado la fiebre de las boybands y debutó con Justified. Pero FutureSex/LoveSounds selló el trato. No me aburro de escuchar ese álbum, aún considerando la espera de seis años hasta que estrenó The 20/20 Experience. Ya se los dije una vez: solo hay un Justin y no, no se apellida Bieber. El tipo es un gran artista. Así que imagíneme ahí a las 9 p.m. cuando las luces rojas del escenario se encienden y la voz de Justin interrumpe el silencio entonando "Holy Grail" de Jay-Z. 




Y los gritos. Los gritos. Los gritos. ¿Y por qué no? Un poquito de histeria. Querer pellizcarse para comprobar que no es un sueño, preguntarse si esto de verdad está pasando y desear que no se acabe -o en el mejor de los casos, que las partes de Jay-Z sean muy, muy cortas-. 



Este es otro de esos momentos para los que las palabras no me alcanzan. Y si me puse a escribir esto fue por miedo a que ciertos detalles se vayan diluyendo y que el disco duro no me alcance para almacenarlo todo.

Como no se me da la crítica musical, me basta con decir que fue el balance perfecto entre Justin y Jay-Z y el equilibrio exacto entre las canciones viejas y las nuevas. Aunque no soy conocedora del rap ni hip hop,  admito que Jay-Z me impresionó por el simple hecho de poderse de memoria todas esas canciones y poderlas decir rápidamente sin ningún problema.

Creo que los fans de JT eramos minoría, al menos en mi sector. Pocos se podían las nuevas de Justin pero todos hacían lo que Jay-Z les pedía: mover manos, ¿rebotar? y el signo ese que hace con las manos que aún no entiendo. Por algo el señor Carter es uno de los artistas más ricos de Estados Unidos y el esposo de Beyoncé. El tipo atrae a las masas ataviado con su bling bling.

El set list de Justin fue el siguiente:  los coros de "Holy Grail", que como les dije es de Jay-Z, pero me encanta (escúchenla aquí); "Rock your body", "Señorita" (que la tocó en el piano), "Like I love you" (en la que tocó la guitarra), "Tunnel Vision" y "My Love". También cantó en un puñado de canciones de Jay-Z pero no me las puedo.



Les siguieron "Pusher Love", "Summer Love", "Lovestoned", "Til the end of time" (que me sorprendió que la cantara pero amé que la tocara en el piano), y "Cry me a river" (que arrancó gritos de todas partes). Luego pidió que le dejaran cantar algo nuevo y sonó "Take back the night", otra canción en que además demostró lo bien que baila. Considerando que esa canción tenía solo dos semanas de haber salido al aire, era lógico que muy pocos la conociéramos. Cerró el bloque con "What goes around comes around", otra que subió los decibeles. 


Si me preguntan cuáles cantó Jay-Z solo supe reconocer "99 problems", que me la había recomendado alguien en mi preparación previa (sí, yo me preparé, ve chis). Hasta que salió JT a cantar un fragmento de "New York, New York" y luego salió Jay-Z a cantar "Empire State of Mind". Justin volvió con "Mirrors" y fue increíble. Para cuando cantó "Sexy Back", la gente se volvió loca. Y con "gente" me refiero a mí misma. Sobra decir que bailé como si no hubiera mañana, de principio a fin (lo que explica que mis videos sean tan malos).



La hora de la despedida llegó con "Suit and tie", cuando JT y Jay-Z bajaron con champán en mano para cantar el éxito del regreso de Justin. La última canción fue "Forever Young", que la dedicaron a Trayvon Martin, y con la que las pantallas de los celulares iluminaron el Candlestick.




Fue sin duda una de las mejores noches de mi vida y probablemente uno de los mejores conciertos a los que vaya. ¿Que si valió la pena? Mil veces sí. Tal vez no tenga una bucket list por escrito, pero un concierto de Justin Timberlake definitivamente entraría en ella. Por Dios, yo habría ido aún si el concierto hubiera sido featuring Pitbull, en lugar de Jay-Z.

Supongo que:



(1) Yo sí le grité "Justin, ¡pegame un bicho!" porque YOLO y porque al fin y al cabo, nadie me iba a entender.
(2) ¿San Francisco? Bien, gracias. Mejor de lo que lo recordaba.
(3) Gracias a la vida y a VISA también.

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