De sentirse inmensamente afortunada

Día 5. Este fue de los pocos días que tenía planeado con anticipación. Dos puntos en la agenda: la Galleria degli Uffizi y la Galleria dell'Accademia. 'El nacimiento de Venus' y el 'David'. Botticelli y Miguel Ángel. Me atravieso el Ponte Vecchio en medio del frío como todas las mañanas -lo digo como si fuera algo habitual y este no fuera mi tercer día aquí, pero así de cómoda me siento-. Decido caminar al lado del Arno y llego pronto al cul de sac que da a la entrada de la Galleria degli Uffizi, que queda a pasos del Palazzo Vecchio y la Piazza della Signoria.

La Galleria degli Uffizi tiene forma de U
Como ya se ha vuelto habitual en este viaje, me topo con una excursión de turistas asiáticos que siguen a su guía a todas partes. Ellos no son los únicos afuera. A pesar del frío y que el recinto aún no abre sus puertas, decenas de turistas aguardan para poder entrar. Algunos, como yo, van con su reservación en mano. 

Después de una revisión que incluye rayos X, empiezo a seguir flechas. El recorrido comienza en el segundo piso y es fácil no perderse porque el edificio tiene forma de U. Voy de sala en sala viendo un desfile de madonnas con el bambino en brazos y me entretengo con los bustos y las esculturas en los pasillos, y los frescos en el techo. 

Cuando llego a "El nacimiento de Venus" no puedo evitar sentir una mezcla de emoción y de decepción. Muchos la pasan de largo. Por un momento pareciera que soy la única persona prestándole atención a la expresión de su rostro detrás del vidrio (la obra está cubierta, me imagino, por protección). 

Después de tres o cuatro horas voy para afuera. Camino por las calles con una confianza ridícula, como si perteneciera aquí. Doy de nuevo con Santa Maria dei Fiori, imponente a la vista, y me meto a un bar en la esquina de al lado. Combino las señas con mi italiano básico de principiante y ordeno un panino de berenjena y la Coca-Cola más cara de mi vida (¡4,50!). Observo las costumbres italianas para entretenerme mientras descanso las piernas y agarro ánimos para seguir caminando.

Retomo las calles y me auxilio del mapa y de las flechas para dar con la Galleria dell'Accademia, cuya entrada pasa un poco desapercibida sin pena ni gloria en la Via Ricasoli. Después de los rayos X de rutina, entro en el hogar de una de las esculturas más reconocidas -si no la más- en la historia. Este museo no está ni la mitad de lleno que la Galleria degli Uffizi (probablemente fue por la hora), así que me da la sensación de tenerlo para mí sola. Pinturas gigantescas y otras obras de escultura le hacen el pasillo al David, que está ahí en medio, dispuesto a recibir toda la atención.

Las palabras no alcanzan para describir la impresión que da estar frente a esa escultura de 5 metros. No hay por donde empezar. Es digno de verse desde todos los ángulos y notar detalles tontos como la perfección hasta en el dedo pequeño del pie. Te deja sin palabras y no quedan ganas de otra cosa más que de estar ahí viéndolo, admirándolo, casi en actitud de reverencia. Y no te fijas en nada más hasta que eventualmente los guardias rompen el silencio pidiéndole a algún turista que se abstenga de tomar fotos. 

Aquí algo que mucha gente confunde: el David original estuvo anteriormente en la Piazza della Signoria, donde ahora se encuentra una copia a escala. Una curiosidad más de la Galleria dell'Accademia es que tienen un simpático centro de recursos multimedia donde uno puede aprender más sobre la historia del David y de las técnicas de pintura de la época. Probablemente el David sea el único motivo por el que las personas visitan este museo, pero no hay que descartarlo en una visita a Florencia.

Es curioso pero cinco meses después solo recuerdo ciertos detalles de las cosas. Es como si mi cerebro tuviera una capacidad limitada para recuperar toda la información que almacenó en cuestión de horas. Pero lo que queda es un sentimiento y ese es el de sentirme inmensamente afortunada por las oportunidades que la vida me dio/da. Poder decir que he estado en algunos de los museos más importantes del mundo antes de cumplir los 30 años tal vez para alguien no significa nada, pero para mí representa mucho. Es un triunfo personal poder ver con mis propios ojos el talento de hombres que siguen siendo únicos sin importar cuántos siglos pasen. 

La tarde muere con otra visita a Santa Maria dei Fiori, deambular por las calles hasta encontrar la Piazza della Repubblica con su carrusel y los restaurantes y tiendas lujosas alrededor, comerme un gelato de fragola e nocciola (extraña combinación, pero poco importa cuando sabe tan rico) y atravesarme el puente una vez más.

Piazza della Repubblica
Por la noche, la última cena. Gracias a TripAdvisor doy con la Osteria Vecchio Vicolo, en la via Lambertesca. El menú lo conforman una sopa clásica de la Toscana llamada ribollita (hecha a base de vegetales, frijoles cannellini y pan desmenuzado), pasta con las mejores albóndigas que probaré en toda mi vida y una copa de Montepulciano. Y me puedo llamar feliz.

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