Nada qué decir
Hace 8 años que comencé este blog creía que tenía algo qué decir. No siempre tenía un tema interesante y probablemente no tenía un estilo de redacción bien desarrollado, pero lo hacía. Nunca fui mucho de escribir sobre las cosas que me pasaban. Más bien escribía sobre cosas que pensaba. Cosas que se me ocurrían en una situación cualquiera y que, al menos en mi mente, tenían cierto humor irreverente. Eso era lo que escribía.
En las raras ocasiones que recuerdo mi antigua vida de escribir, llego a la terrible conclusión de que a mis 31 años cada vez se me ocurren menos cosas. No tengo tiempo de pensar. Cada vez soy menos capaz de poner atención a mis propios hilos de pensamiento y ni qué se diga recordarlos días después cuando al fin tenga la disponibilidad (y disposición) de sentarme frente a un teclado a ponerlo en palabras que se tejan entre ellas hasta convertirse en entradas con sentido.
Quizás lo peor de todo sea que he perdido la confianza y no sé si realmente soy buena escribiendo. Naturalmente buena. Leo ensayos en Modern Love en el NYT y me pregunto si yo podría escribir así. Leí un texto de García Márquez en una revista en un avión, entre otros artículos, y me pregunté por qué yo no podía escribir así. Hace poco leí una novela de Rosa Montero ("Carne", altamente recomendada) y me pregunté qué tenía que hacer para logar escribir así.
No es como que espere llegar a escribir como un Nobel de Literatura, pero me pone a pensar si dejé de hacerlo porque no me gustan los resultados cada vez que me auto edito. Tengo un par de borradores que no han avanzado en meses, sobre lugares que visité hace más de un año. Y mientras escribir un par de entradillas sobre temas banales es relativamente fácil, pareciera que no logro hilvanar más de tres párrafos cuando quisiera decir más o quisiera decir algo mejor.
Es una mala combinación tener poco qué decir y sentir que perdiste la voz para hacerlo. Pero tal vez aún valga la pena intentarlo.
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