7 años

Hace 7 años, aquel domingo gris. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer. El teléfono que suena en horas inusuales. Ella bajando las gradas, su cara como si hubiera visto un espanto. Su llanto ahogado por la ducha. La espera, la incertidumbre, la negación, todas seguidas por los porqués. ¿Por qué? ¿Por qué alguien le haría eso? Los hechos, la realidad, el llanto. La ropa negra, la noche negra, los hombres en la funeraria llevando el ataúd. Acercarme y no reconocerlo, porque no quiero, porque esto no puede estar pasando. Uno de los días más angustiosamente largos de mi vida. No, no se me olvida, no sé si porque no puedo o porque no quiero.

A veces me pregunto, cuando ya no estemos nosotros, ¿quién preservará el recuerdo de que alguna vez él existió? Ese hombre generoso y detallista, papá y abuelo de los niñitos preciosos. ¿Y cuando se me vaya olvidando a mí? Cuando ya no recuerde su rostro, su sonrisa, sus frases exactas. No, quiero aferrarme hasta del último recuerdo. Aunque siga llorando cada 23 de mayo o 24 de agosto por el resto de mi vida. Llorando como si hubiera sido ayer.

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