Cuéntame una historia

En los últimos años pareciera que a todo el mundo le ha dado por hablar del storytelling. En un artículo en el Harvard Business Review, Paul J. Zak explica desde el punto de vista científico por qué al cerebro le gusta una buena narrativa y el papel que juega la oxitocina para que al final de una historia nos sintamos motivados a compartir las emociones y comportamientos de los personajes, por ejemplo.


Yo sospecho que no a todos les gustan o les interesan las historias. O tienen un rango menor de narrativas por las que sienten interés. O su nivel de interés es bajo. Digamos que hay mentes más simples que otras. Pero es que hay tantas historias y tantas formas de contarlas que resulta difícil de creer que haya gente así. Sin embargo, la hay.

Todo es una narrativa. Una fotografía, una caricatura, un libro, una película, una serie de televisión, una noticia en el periódico, una canción, una pintura, una obra de teatro, un ballet. Hasta nosotros mismos somos una narrativa. Hay historias largas, otras cortas. Unas tienen palabras, otras no son verbales.

Aprenderíamos mucho de nosotros mismos si prestáramos un poco más de atención al tipo de historias que nos gustan más o los elementos dentro de ellas que más nos cautivan. Yo caí en cuenta de que era el tipo de consumidora semi ávida de historias cuando noté que sentía emoción al leer algunos artículos del New York Times. Algunas son reportajes o crónicas, otros son ensayos o columnas. "Modern love", por ejemplo, es de mis secciones favoritas. "Vows" es un placer culposo.

Yo creo que mi cerebro necesita las historias porque nutren la imaginación y buscar el tiempo para consumirlas, en cualquier formato, es el mejor lujo que me puedo dar.

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