Inicio de una aventura

Día 1.

Arc-en-ciel. La palabra en francés es bastante literal: un arco en el cielo. Un arcoíris tan perfecto, como si hubiera sido dibujado con un compás, esperaba afuera del aeropuerto de Orly en la tarde-noche de un domingo de junio. Un buen augurio para el inicio de una aventura, diría yo. Habría tenido el tiempo suficiente para pararme en medio del parqueo y tomarle una foto si no estuviera preocupada por arrastrar una maleta de 50 libras en mi camino a la parada del bus, con una pesada mochila a mi espalda. Pero guardé la imagen mental y esa es la que cuenta.

Siempre deseé una segunda oportunidad en París, por lo que, casi tres años después, me aseguré de ponerla al tope de la lista de prioridades para el viaje en que celebraría mi cumpleaños número treinta. Como si se tratara de una continuación, planeé deliberadamente que la capital francesa fuera la primera parada de esta travesía personal que emprendí para demostrarme que puedo sobrevivir sola, lejos de todos y de todo lo que conozco.

Comprar el boleto del Orlybus, bajarme en Denfert-Rochereau, comprar los boletos del metro, tomar el 6 a Montparnasse Bienvenüe y luego el 13 a Malakoff - Plateau de Vanves. Todo estaba tan fríamente calculado que todavía pude ayudar a otro turista (chileno, asumo por el acento) que no sabía cómo llegar a su hotel. Me lo encontraría al día siguiente cuando salía del Musée de l'Orangerie. De los cientos de turistas en una ciudad tan grande, ¿cómo te topas con el mismo? Curioso.

Con lo que no contaba al bajarme del metro es que no sabía exactamente cómo llegar al apartamento. Pequeño gran detalle, que sin pena les digo que me pasó, aunque en menor medida, al menos dos veces más. En situaciones así es que te das cuenta de que fue un error no preguntar por las tarjetas SIM que viste en el aeropuerto de Barajas. O revisar bien en Airbnb el apellido de tu anfitrión, pedirle instrucciones más detalladas o su número de teléfono, que de poco me habría servido porque no tenía cómo llamarlos.

Salí de la estación del lado de Vanves cerca de las 10 p.m. armada con las instrucciones que tenía (capturas de pantalla en el celular, la tableta y apuntadas en un papel como plan de respaldo). Después del susto inicial de las paredes decoradas con grafiti y un túnel vandalizado, di con un pequeño jardín lleno de flores. Recto por la calle Gambetta, pasando frente a una escuela y la iglesia de San Francisco de Asís. Cruzando a la derecha por error, corregir el rumbo y por fin dar con el edificio de Florence.

¿Cómo llamas al intercomunicador de un desconocido? "Hola, soy yo, la extraña a la que le has alquilado un cuarto". Bueno, justo así, pero presentándote por tu nombre. Al no entender mutuamente lo que nos decíamos, a Florence le tocó bajar por mí y explicarme cómo abrir y cerrar la puerta del edificio, cómo pedir el elevador y cómo entrar a su casa con mi propio juego de llaves. Una vez adentro las explicaciones continuaron. Tu cuarto es aquí, la cocina está acá, puedes tomar agua del grifo, la contraseña del WiFi es esta, las persianas se cierran así, este es tu lado del lavamanos, lava el inodoro así si haces "del 1" y así si haces "del 2" (a ese nivel de detalle).

Listo. Bienvenida a casa.

Jardín a la salida de la estación Malakoff - Plateau de Vanves.
Me podría acostumbrar a esto.

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