¿Para qué?

No sé por dónde empezar porque no sé qué quiero decir. Y la mimosa que acompañó mi desayuno y se me subió a la cabeza no tienen nada que ver. O tal vez sí, porque no solo se me dificulta hilvanar mis ideas -de por sí ya revueltas-, sino también mecanografiarlas de manera coherente. Al menos podré culpar la pobre calidad de mi escritura a mi estado de confusión.

De la última vez que escribí a acá han pasado una serie de cambios que amenazan con deshacer todo el progreso que pensaba que había hecho en los últimos meses. Toda esa persona fuerte en la que pensaba que me había reinventado a mí misma, esa que se sentía segura y encaminada a buscar contento con su vida, desaparece día con día, para regresar adonde comenzó o inclusive a un par de pasos atrás.

Alguien me dijo que esto es salir de mi zona de confort, pero yo no recuerdo haberme sentido tan confortablemente para comenzar, porque todo se siente una lucha, todo el tiempo. Como nadar a contracorriente cuando por ratos apenas y floto. Y cansa. Me siento exhausta y solo hace que me pregunte para qué lo hago. ¿Para qué? ¿Para qué me someto a una vida de infelicidad la mayor parte del tiempo? ¿Es para lograr algo? ¿Tan siquiera es factible que de verdad lo logre si sigo así? Y si lo es, cuando lo logre, ¿habrá valido todo la pena?

Yo. Todos los días. Convenciéndome de levantarme.

En algún lado leí hace muchos años una frase de Soren Kierkegaard que dice "Nadie está tan terriblemente cautivo y ningún cautiverio resulta tan imposible de quebrar como aquel en que el individuo se retiene a sí mismo". Lo hace ver tan fácil, y quizás sí es así de fácil, entonces ¿por qué no puedo hacerlo?

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