¿Por qué tuve que nacer muggle?

Nunca recibí mi carta de aceptación a Hogwarts




Nací muggle y tengo que conformarme con leer las aventuras de Harry, Ron y Hermione. Tengo que aceptar el hecho de que nunca tendré que esperar el Hogwarts Express desde la plataforma 9 1/2, con mi túnica puesta y mi caldero en mano.

Ni llegaré al castillo flotando en una góndola a la luz de las velas en mi primer año, para luego ser ubicada en cualquiera de las casas de Gryffindor, Slytherin, Hufflepuff o Ravenclaw por el sorting hat. No degustaré el banquete que aparece por arte de magia en el gran comedor de cielo encantado, mientras escucho el mensaje de bienvenida del director Dumbledore.

No me sacaré malas notas en la clase de defensa contra las artes oscuras, ni incendiaré el calabozo del profesor Snape durante la clase de pociones. No me sentaré alrededor de una bola de cristal a leer las hojas de mi té, ni aprenderé a cuidar hipogrifos, dragones o criaturas arácnidas gigantes. No me haré amiga de Hagrid ni me regenerará los huesos Madam Pomfrey.

No iré a los partidos de quidditch ni visitaré Hogsmeade. No me echaré un par o unos triquis de butterbeers en The Three Broomsticks, ni compraré dulces en Honey Dukes o artefactos para bromas en la tienda de los gemelos Weasley. No usaré el Marauder's map para escabullirme por los pasadizos secretos del castillo debajo de mi capa de invisibilidad.

No usaré mi varita mágica ni pronunciaré encantamientos y hechizos. No temeré a los dementors ni huiré de los death eaters de Lord Voldemort. No volaré en mi Nimbus 2000 ni usaré una bota vieja como portkey para transportarme o floo powder para viajar en el circuito de chimeneas. No leeré periódicos con fotos que se mueven ni enviaré cartas por lechuza.

Me tendré que sacar todas estas ideas de la cabeza, ¡y ni siquiera venden pensieves por TV Offer!

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