Soda cáustica (Vol. 1)

Gustavo entró al salón sin volver la mirada a nada ni a nadie. Absorto en los pensamientos que le atormentaban esa tarde, se hundió en uno de los pupitres del fondo, mientras se hundía en ilación de sus propias elucubraciones. Compulsivamente se asomaban a su mente las imágenes de su novia besando a otro a la salida de un café. En sus recuerdos, los reclamos y acusaciones herían como armas blancas, que en lugar de infligir a la infiel, se clavaban en él al ver la confianza traicionada.De eso hacía un año, pero la nube negra del despecho lo seguía acompañando a todas partes. Su mirada, otrora ilusionada, se había tornado severa. De su sonrisa no quedaba más que una mueca, útil para la fachada de haber superado el desengaño. Sus amigos habían sido repelidos por su amargura y su semblante gris. Eran solo él y sus pensamientos esa tarde, a pesar del ruido de la cháchara de sus compañeros. Hasta que ella se sentó en el pupitre de adelante, para hacerle compañía en su soledad.

No la había visto antes, si bien últimamente no se había percatado ni del paso del tiempo. Probablemente no era la primera vez que se sentaba frente a él, pero no fue sino hasta que lo saludó que existió en su vida. Un "hola" bastó para que Gustavo saliera de su letargo y abriera los ojos. La interrupción le molestó al principio. Sonreía demasiado para su gusto, como si la felicidad irradiara de ella sin importarle la miseria ajena, ¿o sería porque él ya no sonreía ni era feliz?.

Despertado de su masoquismo, le devolvió el saludo y sus voces se ahogaron en las demás conversaciones. Comparada con su alma avejentada por el despecho, la de ella era la de una inocente niña. Si él era gris, ella era blanca. Si él era herida, ella era sal. Si él era tormenta, ella era calma. Bien dicen que polos opuestos se atraen, tanto así que Gustavo la esperó a ella y su sonrisa todas las tardes, y de a poco él comenzó a sonreír otra vez. Vivo. Se sentía vivo de nuevo.

Estaba dispuesto a todo por volver a amar y ella lo aceptó entre sus brazos sintiéndose halagada por sus atenciones obsesivas. Hasta los más despechados recaen en el amor y hasta las más inocentes sucumben ante la vanidad. La codependencia no tardó en aparecer después del transcurso de unos meses. Él la necesitaba como al oxígeno para vivir y ella a sus lisonjas para sentirse amada.

Una noche, después de percatarse de la droga en la que se estaba convirtiendo su relación, Gustavo dijo para sí recostado en su cama viendo hacia el vacío:

- Un señuelo. Hay algo oculto en cada sensación. Ella parece sospechar. Parece descubrir en mí debilidad. Mi corazón se vuelve delator traicionándome. Por descuido fui víctima de todo alguna vez. Ella lo puede percibir. Ya nada puede impedir en mí fragilidad. Es el curso de las cosas.Al inicio de su fin, no se sabría decir quién castigaría a quién. Ambos eran débiles y frágiles ante el otro.
Para el Vol. 2, leer aquí.

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