De la Manyula, lo "salvadoreño" y los espacios públicos

Recuperar lo antiguo y crear lo nuevo

Este blog no se presta a segundas partes, es decir, a secuelas de otras entradas. De hecho, no estoy segura si ésta califica como una continuación de la anterior, acerca del fallecimiento de la querida Manyula. Más bien es una reflexión menos apresurada de por qué el deceso de la elefanta ha calado tan hondo en mis compatriotas.

Sí, ya sé que el día de los hechos dije que me había burlado de la gente que salía sollozando por la Manyu, pero le confieso que a mí el que de verdad me tocó el corazón fue Raúl Miranda, director del zoológico. Él sí logró ponerme aguados los ojos, desde que anunció el fallecimiento hasta que leí su despedida a la que en vida fue su compañera durante 12 años.

Si lo recuerda, le dije que el luto no es tanto por la Manyula como por la infancia compartida por todos los salvadoreños. Por ahí va mi observación. ¿Por qué a la mayoría de los salvadoreños nos duele su partida? ¿Por qué compartimos el luto? Bien fácil: la mayoría la conocíamos. Todos hemos ido alguna vez al zoológico, ya fuera con nuestra familia o en aquellas excursiones del kínder o escuela.

Mi abuela, una profesora jubilada que trabajó en la escuela "Dr. Darío González" de San Vicente (antes una escuela renovada, o como dice ella "cuando la Darío ERA "la Darío" -no me pregunte qué significa eso-), se rememoraba ayer de todas las veces que con sus alumnos desde primer a sexto grado vinieron hasta San Salvador de paseo al zoológico.

Yo sé, yo sé. San Vicente no queda exactamente lejos (bueno, en los 60-70's sí era lejos, considerando que no existía la infraestructura vial de hoy). Pero esto viene a reforzar mi punto: la mayoría hemos ido alguna vez al zoológico, sin importar a qué generación pertenezcamos.

Usted jovencito se estará preguntando cómo es que a la gente le gustaba ir a un lugar que hoy parece olvidado, estancado en el tiempo, muy diferente a los lugares que usted frecuenta de "El Salvador del Mundo" para arriba. Pero en el tiempo que usted no había nacido, el zoológico era una de las principales atracciones de la capital. No dudo que allá por 1955, cuando arribó la Manyu, ir al Parque Zoológico Nacional era tan exclusivo como ir a La Gran Vía.

En efecto, El Salvador tuvo su época de oro en que habían espacios públicos que de verdad eran PÚBLICOS. Recuerdo unos libros de la colección Tazumal, de 1900 ayer, en que describían al balneario de "Los Chorros" como si fueran la Fontana di Trevi en Roma, Italia.

Me gustaría no pecar de ignorante en historia de la arquitectura salvadoreña, como para poder demostrarle el nivel de vida que había entonces en El Salvador. A falta de eso, le pido que se imagine cómo sería su sábado por la noche si usted pudiera asistir al Teatro Nacional, pasearse por la Plaza Morazán, o escuchar un concierto de banda en el Gerardo Barrios.

Y aquí voy aterrizando mi reflexión: la visita obligada al zoológico pasó a formar parte de la identidad nacional y cultural, de "lo salvadoreño", así como agarrar para la playa los domingos por la mañana o ir a comer pupusas a Los Planes de Renderos por la noche.

Tiene algo de sentido que lloren por la animalita, si es parte de lo que somos como país.

Hoy nuestros espacios públicos, aquellos dedicados propiamente a la recreación (parques, sitios arqueológicos, balnearios, turicentros...), ya no tienen el caché -a falta de mejor palabra-, de cuando fueron creados.

Están tomados por las ventas ambulantes, como el Parque Infantil; por el crecimiento vertiginoso de esta ciudad, que hace que se nos paren los pelos de punta cada vez que tenemos que salir al tráfico en horas pico. Son víctimas de la delincuencia y la criminalidad, porque hoy preferimos ir a encerrarnos a vitrinear a un centro comercial porque es "más seguro".

También le pasan factura la mala administración de años anteriores (a la actual otorguémosle el beneficio de la duda, porque hasta no ver, no creer). A la ausencia de políticas culturales, a que no hay presupuesto, a que en el Plan de Nación nuestra recreación no le interesa a nadie porque claro, hay otras prioridades y, hasta me atrevería a decir, a que en este país apremia lo privado.

Los espacios públicos además sufren por nosotros, por los salvadoreños, que no tenemos la educación como para respetar algo que es de todo. Que tiramos basura, que manchamos paredes, que pegamos chicles debajo de los asientos del Teatro Nacional, que destruimos todo lo que nos ponen enfrente como si fuera solo por joder.

Por nosotros los salvadoreños que no tenemos el hábito, la sensibilidad, la cultura (no es la palabra correcta, pero no se me ocurre otra) para apreciar lo que tenemos, porque es viejo, porque se hizo populiche, porque pasó de moda.

Y por eso, me debería dar pena. Porque la última vez que fui "a pata" al centro histórico (en una ocasión que no fuera comprar películas pirata -y no, eso no me da pena-), fue hace 5 años. Porque mejor he ido a dejarle el billete a Walt Disney y nunca he ido a Los Chorros, ni al Parque Infantil ni al Saburo Hirao. Porque no me acuerdo de la última vez que pagué $0.57 para entrar al zoológico y visitar a la Manyula, pero sí de la última vez que desembolsé $5 para ir al cine a encerrarme.

En cuanto a si se pueden recobrar los espacios públicos, no sé. Pareciera que los funcionarios que han pasado por Concultura, hoy Secretaría de la Cultura, tampoco saben. Porque es un asunto demasiado complejo. No se arregla con que el Ministerio de Turismo nos diga que El Salvador es impresionante. Y lo complejo no debe examinarse desde una perspectiva simplista.

Desde lo poco que puedo proponer, desde mi insignificancia ciudadana, pienso que otra posibilidad es crear nuevos espacios públicos, unos alternativos a lo que ya tenemos, poniendo en práctica el know how del siglo XXI pero con las lecciones aprendidas de la administración de lo que hoy ya es patrimonio.

¿Usted qué propone?

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