Tres ciudades, dos castillos y doce horas en Rumanía

Castillo de Peleș, en Sinaia, Rumanía, cerca de los Montes Cárpatos
Creo que no hay turista en Rumanía que no haga el tour por los castillos. A decir verdad, nunca he sido del tipo que toma tours, ya sea por dinero, por tiempo o por tener la libertad de hacer las cosas a mi ritmo. Sin embargo, tomando en cuenta el tamaño de Rumanía, un tour era la mejor opción para conocer los castillos de Peleș y Bran, y como valor agregado, el pintoresco Brașov. Todo en un solo día. Mi opción fue TravelMaker, que prometía hacerlo en doce horas.

La primera parada, cerca de Sinaia, fue el castillo de Peleș, residencia de verano del Rey Carlos I de Rumanía, quien lo mandó a construir en un estilo que le recordara su natal Alemania. El castillo es pequeño, pero adorable, digno de cuento de hadas o de película de navidad... Sí, de película de navidad, justo como la que ese fin de semana se preparaban para filmar.

  

  
1a. fila izq. a der. Castillo de Peleș y los Montes Cárpatos bien en el fondo (¿alcanzan a ver la nieve?).
2a. fila izq. a der. Interior del castillo y Castillo Pelișor, porque a veces tu castillo grande te aburre.

Presumiblemente las decoraciones navideñas eran para la tercera parte de "A Christmas Prince", la película navideña de Netflix de la que ya se produjo una secuela (porque obvio, en la primera película se enamoran, en la segunda se casan y en la tercera tienen que producir un heredero). Con lo que me gustan las películas de navidad, este fue un fun fact que difícilmente se me olvidará.

La segunda parada, el castillo de Bran, una trampa de turistas para los que buscan el castillo de Drácula, si bien Drácula nunca existió como tal y no hay registro de que Vlad Tepes -la presunta inspiración del personaje-, ni Bram Stoker -el autor de "Drácula", hayan vivido o visitado el castillo. Aunque mucho menos vistoso que Peleș, esta fortaleza es una máquina de mercadotecnia para todos los entusiastas del famoso vampiro de Transilvania, y la ciudad se aprovecha de ello, ofreciendo todo tipo de souvenirs.

   
 El Castillo de Bran. Un poco meh para mi gusto.

La última parada, siempre en Transilvania, fue el casco antiguo de Brașov, donde tuvimos poco más de una hora para recorrer a nuestro antojo, si bien no hay mucho que hacer, aparte de observar a las demás personas de paseo o sentadas en una de las tantas mesas en la plaza, en medio de una comida o enfrascados en conversación. El cierre ideal para un día lindo, con algo de sol, algo de frío, y la vista de los remanentes de la nieve en las calles que serpenteábamos.


Brașov, con su letrero tipo Hollywood al fondo.


Ahora bien, esta es la mejor anécdota de todo este día: ¿Cuáles son las probabilidades de que tres salvadoreños que nunca se han cruzado antes se encuentren en el mismo tour por los emblemáticos castillos de Rumanía el mismo sábado de marzo? No las sabría calcular. ¿Cuáles son las probabilidades de que sean los vecinos de enfrente de tu jefe? Tampoco lo sabría decir. Sin embargo, ocurre que el mundo es un pañuelo y que, como bien he dicho antes, los salvadoreños andamos metidos en todas partes.

Aunque no interactuamos mucho, a esa pareja le debo haberme dado el último empujón para tomar la decisión de ir a Estambul y mucha inspiración. Ellos apenas iban en el comienzo de su aventura por Europa, recién llegados de Turquía, de paso por Rumanía (con el objetivo de ver los castillos) y con rumbo a Hungría y no sé dónde más. No me imagino cómo será manejar desde Bucarest hasta Budapest, pero sin duda ese tipo de hazaña califica como #RelationshipGoals en mi lista.

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