Bruselas y Brujas: Una historia de dos ciudades

< Previamente en el viaje: París

Paré en Bélgica como es común para muchos turistas: porque me quedaba en el camino entre París y otra parte, en mi caso, Ámsterdam. Lo aparté premeditadamente para que fuera un fin de semana "tranquilo", para descansar y agarrar fuerzas para la siguiente semana. Y sí, fue tranquilo, pero no menos cansado. Fueron horas esparcidas en Bruselas y un viaje del día a Brujas, llenas de balcones con flores y puertas coquetas, un desvío que vale la pena hacer una vez en la vida.

Los ciclistas desnudos en el Grote Markt


Considerando que mi bus llegó a la Gare du Midi proveniente de París bajo la llovizna después del mediodía de un sábado, en mi primer día en la capital belga me tocó conformarme con un paseo de un par de horas. Fui consciente de las limitaciones de tiempo que tendría en Bruselas desde la planificación, por tanto desde un principio mi expectativa fue ver todo lo que pudiera desde afuera (y comer 😍, pero más de eso después). Visitar una atracción o un lugar específico habría sido un sacrificio de tiempo valioso, y en algunos casos, era imposible porque los lugares estaban cerrados (los museos en lunes, por ejemplo).

El mejor lugar para ver en Bruselas, y su principal atractivo turístico, es sin lugar a dudas su gran plaza, o Grote Markt, alrededor de la cual transcurría la vida comercial de la ciudad en el siglo XVII, y en la actualidad, donde se aglomeran decenas de turistas para ver los impresionantes edificios y sus fachadas con detalles de oro. Pero más que los edificios, lo que nunca se me olvidará es el grupo de ciclistas desnudos. No sé si protestaban por algo, si lo hacían solo por diversión, o qué, pero cualquier persona que se atreva a salir en pelotas con ese frío, merece mi respeto.

Podríamos decir que no son tanto los lugares los que recordamos, sino las experiencias a través de nuestros sentidos. Lo que vemos (los encajes a la venta en las vitrinas), escuchamos, olemos (¡los gofres!), degustamos (¡los gofres!), sentimos. Nuestras reacciones. Una risa, una lágrima, la sensación de angustia o la de libertad. Eso es al final lo que nos queda de la visita a un lugar.

   

   

   
En el sentido de las agujas del reloj: el Ayuntamiento, Tintin y Milou afuera de una tienda de chocolates,
turistas en el Mannekin Pis, Le Cygne en Grote Markt, la fuente de Charles Buls, y el Museo de la Ciudad de Bruselas


Otros lugares de interés en los alrededores del Grote Markt son el Mannekin Pis, una fuente de un niño haciendo pipí, de la que sigo sin entender el atractivo; las Galerías Saint-Hubert, y cerca de ahí la fuente de Charles Buls, una simpática estatua de un alcalde de Bruselas con un perro; y la Catedral de San Miguel y Santa Gúdula. Todas de fácil acceso deambulando sin rumbo por aquí y por allá.

Brujas, donde lo que más importa es el viaje y no el destino


Podría publicar un millón de fotos de Brujas. No que las tenga, pero si las tuviera, podría hacerlo sin pensarlo dos veces y apenas acompañarlas con unas líneas que digan que Brujas es quizás una de las ciudades más fotogénicas del mundo. No que conozca todo el mundo, pero imagino que si hicieran esa lista, probablemente agregarían en ella a la capital de la región de Flandes Occidental.

€15.20 y una hora en tren separan Bruselas de Brujas. Mi reacción inicial al bajarme del tren fue similar a cuando salí del aeropuerto de Florencia. El Brujas medieval que todos vemos en las fotos es un casco histórico anidado en una ciudad que sí va con los tiempos. Para el turista a pie, la forma más fácil de llegar a ese casco histórico es seguir los rótulos... o seguir a otros turistas que sí parecen saber adónde van.

    

        

    
 Escenas preciosas por todas partes


Hay tres horas y veinte minutos entre la primera foto que tomé y el Belfort, el campanario en el grote markt, si bien es cierto que ese tiempo incluye un paseo en bote (yo hice el de Boten Stael sobre la calle Mariastraat, donde dos perros aprovechaban a calentarse bajo el sol plácidamente), un almuerzo de moules-frites en compañía de cisnes y caminar por el Beguinaje, un monasterio otrora habitado por monjas y mujeres laicas. De acuerdo con Google Maps, se puede llegar de la estación a la plaza caminando en 20 minutos. ¿Quién necesita 3 horas de su tiempo si se va a perder de todas esas cosas?

La vista antes del paseo en bote por el canal


Es caminando que una se da cuenta que este lugar, descrito por muchos como mágico o digno de cuentos de hadas, es una lección de vida acerca de cómo lo más importante es el viaje y no el destino. Casas de ladrillos, marcos de ventanas rojos, puertas negras o verdes, Ave Marias o imágenes de la Virgen adornando las fachadas por doquier, balcones con flores, el delatador rótulo de Pizza Hut que te recuerda que no estás atrapado en el tiempo.

Si alguien me preguntara qué hice en Brujas, la respuesta probablemente sería una lista corta. Todo lo que hice fue caminar. Y si alguien me preguntara exactamente cuál fue mi ruta desde la estación de tren hasta el grote markt y de vuelta, no sé si podría reconstruirla. No recuerdo ni siquiera si me perdí, porque cuando uno no sabe para dónde va, dónde estás en determinado momento no es tan importante. Para mí simplemente fue un domingo perfecto, de esos paseos que imagino son comunes para aquellas familias belgas que no se espantan con la idea de decenas de turistas deambulando por todas partes.


La gran plaza, o grote markt, y al fondo el campanario Belfort

Comerse un lugar

Así como tenemos una lista de lugares que ver y cosas por hacer, a veces los turistas también tenemos una lista de cosas por comer en cada ciudad que visitamos. En Bélgica, lo admito, esta última lista consistía en todos los clichés. Las papas fritas con mayonesa (frites), los mejillones en vino blanco con papas fritas (moules-frites), los waffles de Liège con chocolate y fresas (gaufres), y los chocolates...


Todos los chocolates de todas las formas y sabores que te pudieras imaginar, tiendas enteras dedicadas a los chocolates en cada cuadra alrededor del Grote Markt y de camino al centro de Brujas, con vitrinas a cual más coqueta, algunas ofreciendo inclusive productos aptos para diabéticos, y otras con el apoyo de unos cuantos amigos azules muy famosos originarios de Bélgica, Los Pitufos. Mi dinero fue a parar a La Belgique Gourmande, los €4.50 mejor invertidos en apenas unos cuantos bombones, algunos de los cuales me acompañaron a Brujas y me los comí felizmente en un jardín en medio de a saber dónde.

Experimentar un vecindario

Parte de lo que me permitió hacer un viaje "tan largo" fue la posibilidad de alquilar una habitación en la casa de un perfecto desconocido a una fracción de lo que costaría un hotel. La desconocida en cuestión en Bruselas era Anne, una señora amable aunque seria, con quien me entendí en un remedo de franglais. 

Su apartamento está en la Rue du Mont-Blanc, en Saint-Gilles, un barrio encantador en que lo primero que vi al salir de la estación del metro en Horta fue un muro con graffiti. El camino estaba lleno de casas con puertas interesantes y flores en los balcones, además de un pequeño jardín con un rótulo que me pareció curioso en que pedían a los vecinos que las dejaran crecer. Aquí y en la China, siempre hay malos vecinos 😁.

 

 


Dentro del apartamento, el encanto pintoresco lo ponían los cuadros pintados por la propietaria. Hasta donde pude ver, había uno de diferentes tonos en cada habitación, incluida el baño, donde irónicamente la pintura era de la sala de baño. Inception. Sumando a la hospitalidad, en la habitación tenía a mi disposición guías turísticas y mapas para que pudiera desplazarme con confianza.

Este fue el único lugar en que conviví con una familia, si por convivir entendemos saludar e interactuar poquísimas palabras a la hora del desayuno, cuando Anne me servía té, tostadas, yogurt y fruta, si bien lo que más recuerdo es el Speculoos, una pasta dulce con sabor a una galleta tradicional. Mi descripción no es la mejor, pero la impresión duró lo suficiente como para que comprara un frasco en un supermercado en Ámsterdam, donde me entendí a señas con los encargados porque no hablaban inglés.

Misceláneos por aquí y por allá

A sabiendas de que esta sería mi única vez en Bélgica, un poco de llovizna no me detuvo de aprovechar mi última mañana en Bruselas antes de tomar el bus camino a Ámsterdam. Mitad improvisación, mitad lo que sugería uno de los mapas en la casa de Anne, la primera parada fue el Palacio Real y el Parque de Bruselas, caminando hasta el Palacio de Justicia por la aún empedrada rue de la Regénce, donde me guarecí de la lluvia bajo un arco de santos en la Iglesia de Nuestra Señora del Sablón. La mayoría de estos nombres no los supe hasta que exploré Bruselas después en Google Maps. Porque la vida es así, no siempre necesitas saber dónde estás para apreciarlo.




 
Alrededores de Square Ambiorix. La segunda foto es Huis Saint-Cyr. Esto lo descubriría hasta después.

Lo que sí tenía en mente era la idea terca de ver arquitectura art nouveau. Francamente no sé ni de dónde lo saqué. Creo que lo vi en algún programa del Discovery Channel cuando era una pre-adolescente que pensaba que estudiaría arquitectura y la idea se quedó conmigo después de tantos años. Así terminé mi tour por Bruselas en el parque Marie Louise y Ambrioix, un área que según mi mapa era una de las mejores para ver edificaciones de ese estilo. Qué tan art nouveau eran, no lo sé, pero lo logré.

Hay algo en la idea de hacer algo tan random, que me parece emocionante. Eso y que nadie sepa adónde estás. Que sí, es cierto que a veces puede ser una idea terrorífica, pero otras, es liberadora.


> A continuación en el viaje: Ámsterdam



Fechas qué recordar: Del 18 al 20 de junio de 2016
Duración real: 2 días
Experiencias para siempre: Brujas.
Comida memorable: Todo, pero quizás más los gofres con chocolate y fresas, porque era una experiencia doble para el olfato y el gusto.
Qué faltó de esencial: Cerveza (en ese tiempo me gustaba sentirme moralmente superior a los demás y decía con orgullo "Jamás he tomado una cerveza". Era bien odiosita. Hoy ya no son esos tiempos. Y aunque no soy gran conocedora, habría sido algo interesante de hacer en un destino conocido por sus cervezas. También quisiera visitar el Museo del Cómic (Centre Belge de la Bande Dessinée).
Qué aprendí: Que no es necesario "hacer" algo. A veces solo existir en un lugar es suficiente.
Presupuesto aproximado: $240, incluyendo el Ouibus y dos noches de Airbnb (pero sin contar la sombrilla, bufanda y calcetines que tuve que comprar a causa del frío en un H&M donde no me entendían mi francés y la cajera no hablaba inglés).

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